MAR DE LEVA

Tiempo de reflexiones

Es tradicional que la Cuaresma sea un tiempo de reflexión, aunque la contención y la espiritualidad de antaño ya no sean lo que un día fueron y todos los propósitos de enmienda, entonces y ahora, salten por la borda con la llegada de las primeras luces y las primeras flores de primavera. En nuestra ciudad, que podría vivir si no lo hace ya del Carnaval los doce meses del año, es también tradicional que, una vez pasada la fiesta, se haga una reflexión sobre la misma y sobre su futuro de cara al próximo año. Es lo que, leemos, ha enfrentado una vez más a nuestros representantes políticos. Desde la barrera, leyendo lo que han dicho unos y otros, parece que ambos tienen su parte de razón, y ambos están empecinados en llevarse el gato al agua. Unos, porque parece que están muy lejos de reencauzar la fiesta algún día, elecciones mediante. Otros, porque parecen igualmente lejos de pensar que la fiesta deba reencauzarse y se me antoja que optan por el mejor no meneallo.

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Hemos vivido demasiados carnavales de transición, demasiados momentos pasados en que esperábamos que la cosa fuera a cambiar en años venideros para, al final, aceptar todos lo que ahora tenemos, como si no hubiera posibilidad de cambio ni de mejora, y como si las cosas rodaran solas, que no lo hacen. Cierto, el mejor carnaval (el de la calle) es el que se improvisa, pero por su propia naturaleza la fiesta no puede estar encorsetada en unos actos estrictos que se repiten una y otra vez, un legado inevitable.

Si ya algún comparsista ha puesto en duda la efectividad de un concurso que está en manos de la propia asociación de autores (con las polémicas sobre las parcialidades del jurado que este año, al menos, no han sido comunes), tampoco es de recibo que, más de cincuenta años después de iniciado el COAC, las bases cambien de continuo. Parece que la experiencia acumulada de un año no sirve para otro, y hubiera que empezar de nuevo siempre. Se ha puesto en duda la conveniencia o no de la existencia de las ninfas, pero cualquier otro sistema alternativo tal vez nos llevaría a los nombramientos a dedo de décadas ya olvidadas, y la idea machista subyacente seguiría estando ahí presente. En el fondo, nuestro carnaval sigue sin saber si es una fiesta a la usanza de otras fiestas internacionales o si es un producto netamente nuestro, con su particular idiosincrasia que lo aleja de flores naturales y proclamas al uso. Es por eso que nunca he entendido la existencia del pregón, por muy buenos que los hayamos visto en los últimos años, en parte porque parece un contrasentido anunciar algo ya empezado un mes antes a una gente que ya lo conoce (en ocasiones mejor que el pregonero), en parte porque en demasiadas ocasiones se ha convertido en un autohomenaje, en parte porque, cambiando de día, tapa un agujero importante en la noche del primer sábado... pero no en la madrugada del mismo.

Nos quejamos de que hay actuaciones no carnavalescas dentro del carnaval (buena le va a caer a Fofito a partir de ahora), y al mismo tiempo pedimos un Carnaval alternativo para esa gente botellónica que no entiende ni disfruta de la fiesta. Nos quejamos de la cabalgata, pero la cabalgata no podrá ser importante cuando lo importante del carnaval, ese día, y a esa hora, está en el casco antiguo y en las voces de los coros y las ilegales. Nos quejamos de que los primeros premios cantan en Sevilla el sábado grande pero a nadie se le ocurre añadir a las bases del concurso aquella coletilla que tantos hemos leído en los concursos a los que nos hemos presentado: «La participación en este concurso supone la aceptación de todas sus bases». En nuestro caso, el pase a la final tendría que implicar directamente el compromiso de actuar el sábado en Cádiz y sólo en Cádiz, en algún punto estratégico al que pudiera acceder todo el mundo, aunque eso supusiera aumentar la dotación económica de los premios.

Sí, para huir del botellón de la calle hay que abrir nuevos espacios. El Falla, mismamente. Y, en la cabalgata, dejarnos de mirar al cielo y controlar un poquito más la reventa de las sillas, porque no es de recibo que en un sitio valgan un precio estipulado y veinte metros más allá tres o cuatro euros más caras... y al parecer vendidas por los mismos encargados de la cosa.

Otro carnaval es posible. Otra cosa es que queramos llevarlo a cabo.