Ahora, Kosovo LUIS SANZO SOCIÓLOGO
El Parlamento autónomo ha puesto las bases políticas del acceso de Kosovo a la independencia, una decisión que suscita muchas incógnitas. La primera: ¿cuál será el futuro de la democracia en Serbia? La Unión Europea tratará de ofrecer a este país una salida integradora pero puede que las fuerzas europeístas no superen el poso de frustración y humillación que deja la secesión. Hay una contradicción en el discurso de los que ven en Milosevic el origen de todos los males pero asumen que las consecuencias de sus actuaciones les corresponden a los que optaron desde el principio por los valores europeos. Serbia no renuncia, además, al control de las zonas fieles al Estado en Kosovo. Ahí pueden perder su primera batalla los albanokosovares y jugarse los miembros de la UE y de la OTAN algo más que el éxito del Plan Ahtisaari. De confirmarse el apoyo occidental al golpe de mano en Kosovo, es en estos lugares donde la justicia internacional podría llegar a relacionar un intento de extender el nuevo marco político con una acción de agresión contra un Estado soberano. La reacción de 1999 y 2004 contra la población serbia podría adquirir entonces otra dimensión.
Actualizado: GuardarLos que sólo hablan del genocidio albanés deberían ser coherentes. El cambio que convierte a Kosovo en un territorio de clara mayoría albanesa no es ajeno a períodos de represión similares a los de Milosevic. Hay que recordar, por ejemplo, la persecución de serbios y otros eslavos por las autoridades fascistas durante la ocupación italiana y alemana. Hay algo de inmoral en renunciar a parte de la historia para aceptar convertir a los serbios en una minoría nacional sin derecho a la autonomía política. Otra cuestión es si el precedente kosovar tendrá consecuencias para el resto del mundo. Lejos de abrirse a una extensión del principio de autodeterminación, Kosovo supone la vuelta a la situación anterior a la creación de la ONU. Rusia tiene plena conciencia de ello; teme, además, que algunos quieran para su Federación el destino de la Unión Soviética. Su oposición a la independencia unilateral es por tanto más profunda de lo que se percibe en Occidente. Rusia está en condiciones de impedir el acceso de Kosovo a los principales organismos internacionales y de bloquear las iniciativas de Estados Unidos y sus aliados en el Consejo de Seguridad de la ONU. Algunos estados pueden ver en ello un motivo para romper el actual sistema internacional.
En cuanto a España, ¿tiene sentido apoyar un proceso que podría situarla ante la Corte Internacional de Justicia? Su dilema es optar por seguir la senda marcada por EE UU y Reino Unido o plantearse una posición propia. Haría bien en considerar la posibilidad de negarse a reconocer la independencia como estrategia para forzar la vuelta de las partes a la mesa de negociación.
Los que niegan toda posibilidad a un acuerdo deberían al menos garantizar que controlan el proceso que se inicia con la declaración del Parlamento kosovar. Pero nadie puede ofrecer tales garantías al mundo.