INNOVACIÓN. Alberto Manchón enseña el novedoso avisador para personas dependientes.
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Un empresario contra los elementos

Armador durante 20 años, la crisis del sector pesquero le llevó a los servicios, donde ha trabajado con niños y ahora con ancianos

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Un escéptico o un realista diría que nadie dijo que fuera a ser fácil montar una empresa. Alberto Manchón, desde la experiencia que le han dado sus casi 30 años como empresario en la provincia de Cádiz, contestaría que tampoco nadie dijo que fuera a ser tan difícil. Confiesa: «Soy un masoca, porque ser un emprendedor en Andalucía es muy difícil, pero serlo en esta provincia es peor todavía».

Sabe de lo que se habla. Su historia podría ser una alegoría del trayecto que el tejido económico gaditano ha atravesado desde la llegada de la democracia, desde la bonanza al amparo de un sector tradicional a la crisis de los noventa con la irrupción de la globalización, pasando por el boom de los nuevos negocios del sector servicios y sus calamidades posteriores. Y vuelta a empezar.

Al principio, en los albores de la democracia, todo fue ilusión: Alberto trabajaba junto a su padre al frente de una imponente flota de barcos. Cádiz ha vivido del mar durante sus tres milenios (o los que sean) de historia y nada hacía presagiar que cerca del nuevo cruce de siglos la pesca iba a ser presa de las redes del consumismo. «Fui presidente de los armadores gaditanos durante unos 10 años y me tocó lo peor de la profesión, que fue la época del desguace y de los nuevos acuerdos con los países africanos por las exigencias de la Unión Europea».

También hubo problemas de funcionamiento en la cooperativa de armadores y, al final, «llegó una buena oferta y vendimos el centenar de barcos que teníamos y buscamos otra forma de ganarnos las habichuelas», recuerda Alberto, que podría estar hablando horas de la pesca. «Desde luego, ningún Gobierno se ha preocupado nunca realmente del sector y eso se ha notado. Ya no hay sector pesquero en Cádiz... bueno, en verdad, nunca tuvimos caladeros propios y cuando los africanos se dieron cuenta de que el negocio estaba en sus aguas, se acabó todo».

Del mar a la cuna

Por lo menos, se terminó vivir pendiente de las mareas. Mientras que su padre seguiría vinculado al mundo del mar (ahora preside una empresa de venta de marisco en El Puerto), Alberto cambió de caladero empresarial, se bajó del sector primario y subió dos escalones, hasta la denominada actividad terciaria, es decir, los servicios. Corría el año 2000, aquella época de desarrollo comercial y empresarial que presagiaba el boom inmobiliario, aquella época en la que España empezó su carrera económica, que le permitiría doblar (hasta hoy) los datos europeos de crecimiento económico, creación de empleo, consumo de los hogares y, aquí llega el lado oscuro de tanta fuerza, la inflación y el déficit comercial.

En cualquier caso, era el momento idóneo para buscar un buen filón y aprovecharlo. Alberto se fijó en la expansión demográfica («estaba harto de ir a cumpleaños de hijos de amigos») y creó Camelot, el primer parque infantil de la provincia. Más o menos por aquella época, y empujado por la misma idea, abrió una tienda de ropa infantil en la capital.

Lo primero lo vendió tras sacarle todo el jugo, «porque ahora no se puede competir con las grandes superficies», y lo segundo tuvo que cerrarlo por lo mismo, porque no se puede competir con las grandes superficies. «Me harté de tanto niño y de esta doble experiencia saqué dos conclusiones: que el primero que da, da dos veces, como ocurrió con Camelot; y que nunca más volveré a pensar en una tienda de ropa como negocio, porque la gente ya no va al pequeño comercio como antes».

¿Qué hacer llegado este momento? Acudir al extremo contrario. Si uno se cansa de los niños, siempre puede acudir a los ancianos. En apenas dos años, en 2010 (suena a ciencia ficción, pero está a 20 meses de distancia), un tercio de la población española tendrá más de 65 años. Alberto viajó a Expofranquicia en Madrid, estudió las mejores posibilidades de negocio que le ofrecían y se trajo a Cádiz Contigo, una oficina que presta los servicios de la aseguradora internacional Mondial Assitance y que, en principio, pretendía generalizar en la provincia la teleasistencia para las personas que necesitan cuidados especiales, a rebufo de la Ley de Dependencia.

De momento (lleva un mes en ello), no termina de funcionar el servicio de asistencia a domicilio de ancianos, «porque la ley ha nacido sin dinero y porque aquí hay menos dinero aún». Algo mejor le va en el resto del negocio franquiciado: los seguros y las reparaciones y limpieza de hogar. Pero la economía está ahora parada, «por la crisis y por las elecciones», y hay que tener paciencia. La misma calma que le han dado sus 30 años al frente de su propio negocio en ambientes en los que la prosperidad parecía indestructible y luego el aire se tornó hostil. En efecto, nadie dijo que iba a ser fácil ni nadie dijo que sería tan difícil, «pero soy empresario y esta es mi vida», admite Alberto Manchón.

Esa economía sumergida...

Alberto creyó que una empresa de asistencia de personas dependientes tendría más actividad. Sin embargo, se ha topado con la realidad de «la importante economía sumergida que hay en esta provincia, donde la gente, y no hablo sólo de casas, contrata a las asistentas bajo cuerda porque les sale más baratas, pero no se preguntan qué ocurrirá el día que pase algo porque no están legalmente protegidas». En su oficina del vivero de empresas del Instituto de Fomento local, Alberto trabaja junto a su ayudante Ana, pero manejan una plantilla de más de 100 colaboradores que incluye limpiadoras, fisioterapeutas, fontaneros, carpinteros... Todo lo necesario para atender cualquier urgencia del hogar. Ahora, Contigo tiene sus esperanzas puestas en un nuevo móvil avisador con el que anciano sólo tiene que apretar un botón y una centralita de urgencias que tiene su historial médico recoge la llamada y su petición esté donde esté, «lo que le devuelve su autonomía».