La memoria de los niños
Leo que Sarkozy ha decidido que cada escolar francés de diez años guarde la memoria de uno de los 11.400 niños franceses muertos en el holocausto. Naturalmente, se ha levantado la polémica y psicólogos y profesores se han quejado de que a los chavales se les va a imponer «una carga afectiva que les supera», mientras que otros sectores implicados, como el Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia, aplauden la medida e indican que debe evitarse que los escolares se sientan culpabilizados y situar la idea en un contexto pedagógico.
Actualizado: GuardarEs curioso que la iniciativa coincide con la idea que ha novelado el escritor y editor Adolfo García Ortega en El comprador de aniversarios, recién reeditado por Seix Barral. El autor se impone reconstruir la vida que hubiera tenido Hurbinek, un niño judío muerto en Auswichtz a los tres años, del que habla Primo Levi brevemente en una de sus obras, La tregua. Es un libro tremendo y soberbio, que enfrenta al lector con el abismo de la condición humana, que es compasivo y comprometido con la suerte de las víctimas. Aquel horror nos sigue interpelando como seres humanos y reclamando una respuesta. Las literarias, como Sin destino, de Imre Kertesz, o Vida y destino, de Vassili Grossman, como la obra de tanta gente -Celan, Arendt- son imprescindibles para conocer nuestro tiempo y no sólo en una dimensión histórica. También es un acercamiento valiente y lúcido al dolor, al pánico, a la imposibilidad de comprender, a la supervivencia, al olvido posibles.
Los niños franceses, pues, van a llevar a partir del curso que viene el nombre y el apellido de otro que no pudo tener una vida como la de ellos, que la perdió de manera bestial e injustificable en los pozos de la historia, tan recientes aún. Los chicos, de un nivel equivalente a nuestro 5º de primaria, harán una pequeña investigación sobre la familia y el entorno del niño y sobre las circunstancias de su muerte. En el Memorial del Holocausto de Berlín se hace un esfuerzo por recuperar tantas pequeñas historias, fotos, recuerdos, perdidos con la muerte de generaciones enteras en más de media Europa.
Una medida similar sería impensable aquí, donde la guerra civil sigue requiriendo un ejercicio catártico.Pero si a nivel político resultaría complicado, no menos polémico se plantearía a nivel social o familiar. Semejante iniciativa chirriaría de manera intolerable con la Disneylandia doméstica que hemos querido crear para ellos. Sería como meterles de golpe en La lista de Schindler, sin Schindler, claro.
Por eso convendría reflexionar acerca de si no nos hemos pasado al convertir a nuestros niños en pequeños inválidos sobreprotegidos, rodeado de cuanto la sociedad de consumo puede ofrecerles, pero sin darles, ni por aproximación, idea alguna de cuánto les va a tocar perder en sus vidas, de cuánto no van a poder conseguir, de qué duro les va a resultar enfrentarse a la realidad. A pesar de que sabemos que el mundo que vivimos hoy es el más fácil que vamos a vivir, a ellos les rodeamos cada vez más de algodones. El choque, pues será brutal. Cuando eso pase pocos harán como Buda y fundarán una religión. Muchos no podrán entenderlo y encauzarán su frustración de maneras diversas: se deprimirán, buscarán paraísos artificiales, rodarán por los caminos, hasta resignarse. O no.
Otros, incluso, puede que se dediquen a repetir la historia. Por eso deben conocerla,aunque sea dura, aunque resulte desagradable, porque forma parte de su educación moral y de su aprendizaje de las reglas básicas de la convivencia. lgonzalez@lavozdigital.es