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Patata caliente

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irando ya de reojo a la primavera el Cádiz se ha convertido en una máquina de generar noticias que conducen a cualquier sitio menos a Primera; ese paraíso que -cada verano- mesías del fútbol y el periodismo venden como rosquillas en un rincón donde hay tantas ganas de carnaval como de pecar de ingenuo. El club por el que pasó de puntillas Balsadano y al que volviera (a la fuerza) Muñoz mantiene el tipo porque la leyenda que cuenta que el cadismo es un fenómeno social es tan cierta como que los aficionados con una mente más inquieta empiezan a estar hasta el gorro de todo cuanto se cuece en el estadio de las obras de nunca acabar. Lobos, Pavoni y Armando, hace pocos meses héroes de la grada, son ya historia. Los refuerzos de invierno andan todavía metidos en el cascarón de lo pintoresco. Calderón deshoja margaritas antes de los partidos con más frecuencia de lo razonable. El Cádiz B sigue castigado a jugar en El Rosal aunque esto hace ya tiempo que dejó de ser noticia para convertirse en una putada para los chavales, sus familias y los apasionados de la cantera. El presidente tiene las mismas o más ganas de vender el club aunque cada vez que alguien se va de la lengua, va él y lo desmiente. Se anuncia un centenario que curiosamente no suma cien años. Hay periodistas que han vendido su alma al diablo para que no les tiemble el pulso cuando teclean la palabra ascenso. Un partido en Carranza resulta más infumable que un capítulo de la décima temporada de Arrayán. De la Cuesta no pasa un día sin que se pregunte qué ha hecho él para merecer esto mientras Pablo Hernández juega la Copa de la UEFA con el Getafe. El Cádiz -costumbre ciertamente peligrosa- ve como la gente comienza a colgar sus abrigos en el armario y le busca hueco a la bufanda amarilla porque esta temporada es más de lo mismo y la que viene, que sea lo que Dios quiera.