ESPAÑA

El cambio sostenible

La lucha contra el deterioro del medio ambiente se ha hecho un hueco en las agendas de los partidos. El autor advierte de que la destrucción de los ecosistemas está provocando un 'cambio global', el cual constituye un desafío pero también una oportunidad para procurar una forma de vida más racional y no necesariamente peor.

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YA no se pueden seguir aplicando políticas «tibias» ni tampoco podemos contentarnos con que los asuntos del medio ambiente se sitúen en un plano de igualdad con las cuestiones socioeconómicas, cuando deberían tener preferencia porque se trata de garantizar nuestra supervivencia colectiva de forma perdurable. La intensificación en los últimos decenios de las actividades para conseguir bienes y servicios de los ecosistemas y su impacto sobre los grandes ciclos biogeoquímicos están provocando el fenómeno denominado 'cambio global'. Esta alteración de los equilibrios planetarios aglutina diferentes fenómenos que también se manifiestan con carácter global, entre los que destaca significativamente la alteración del sistema climático y el calentamiento terrestre. Pero se presenta también el fenómeno de la desertificación provocada por la variación del clima y por la sobreexplotación del suelo, a lo que se une la aceleración de la pérdida de biodiversidad de especies y ecosistemas. Y a esto habría que añadir el fenómeno de la globalización económica y tecnológica que se convierte en una macrofuerza motriz del cambio, en tanto que facilita el transporte y las comunicaciones con un enorme impacto ambiental y social.

España es uno de los estados más vulnerables en el contexto europeo y mediterráneo ante el cambio global, lo que conlleva importantes repercusiones negativas en sectores básicos de nuestra economía, como la agricultura y el turismo. Junto a ello, somos el país que tiene la mayor riqueza biológica del continente, pero la pérdida de biodiversidad es creciente, con lo que se amenaza uno de los principales activos de nuestros valiosos recursos naturales. Un tercio de nuestra superficie sufre riesgo de desertificación alto o muy alto. Lo cual tiene, a su vez, una incidencia ambiental y económica significativa, porque no sólo se pierde potencial productivo de los ecosistemas, sino que la erosión, unida a los incendios y a otras actividades humanas que alteran el territorio, están produciendo importantes pérdidas de suelo con efectos irreversibles.

El cambio climático supone un enorme desafío pero que ofrece, simultáneamente, nuevas oportunidades. Mientras que en los últimos cien años la temperatura media subió 0,74°C de media en el mundo, en España lo hizo 1,3°C y en Europa, 0,95 °C. El objetivo europeo es limitar el aumento de la temperatura media del planeta a largo plazo a no más de 2 °C por encima de los niveles anteriores a la industrialización, lo que exigirá reducir de aquí a 2050 las emisiones de gases de efecto invernadero en los países desarrollados entre un 60 % y un 80 % respecto a los niveles de 1990. Cifras muy superiores a las modestas pretensiones del Protocolo de Kioto. El aceptable cumplimiento de estos últimos objetivos en el conjunto de la UE, en parte gracias al sistema de comercio de emisiones y a otras políticas de lucha contra el cambio climático, marca sin duda una óptima tendencia. Sin embargo, nuestro país es el estado miembro que más se aleja de esos mismos objetivos, por lo que aún será más difícil alcanzar para 2020 el objetivo post-Kioto de una reducción del 20% en las emisiones.

Ante este enorme desafío, la cuestión clave reside en la transformación del sistema energético actual en otro sostenible. Una economía con bajas emisiones de carbono requiere reducir el consumo de energía, aumentar la cuota de renovables y mejorar la eficiencia de la generación y del consumo. Pero también la sostenibilidad energética implica lograr una cierta autosuficiencia.

Así que una de las cuestiones más significativas es cómo plantear la transición desde el actual modelo, dependiente del exterior en un 85% y de baja eficiencia, hacia un modelo más autosuficiente, ecoeficiente y sostenible a largo plazo. La solución pasa indefectiblemente por incrementar el uso de energías renovables, aunque sean también imprescindibles otras medidas encaminadas a reducir las emisiones de forma directa en los procesos industriales, en la generación de energía, en la edificación y en los llamados sectores 'difusos' como el transporte. Sobre esta base, un modelo de energía sostenible a base de renovables no sólo es imprescindible para atenuar el cambio climático. Permite mejorar, simultáneamente, la seguridad del abastecimiento energético, reducir la polución, favorecer el desarrollo rural y local, incentivar la innovación tecnológica, e, incluso, contribuir a la cooperación mundial utilizando y transfiriendo tecnologías menos contaminantes a los países en desarrollo.

La lucha contra el cambio climático es una opción en la que a largo plazo todos ganan ('win-win') y que tiene múltiples beneficios asociados. Emitir menos gases incentivando el uso de energías renovables permite disminuir nuestra abultada factura de importación de combustibles fósiles. De paso, esa reducción de emisiones redunda en una mejor calidad del aire, de la salud y de las condiciones de vida de los urbanitas. El fomento de las renovables puede favorecer, asimismo, el desarrollo tecnológico y la exportación a los mercados internacionales de las empresas españolas punteras en este sector, como ocurre con la energía eólica. Igualmente, a efectos de aumentar la capacidad de mitigación de las emisiones mediante los sumideros de carbono, la reforestación con criterios de sostenibilidad y la conservación de ecosistemas forestales contribuye notablemente a conseguir otros beneficios ya que mejora la regulación hidrológica, protege la biodiversidad y reduce los riesgos de erosión y desertificación.

Ciertamente, conseguir procesos de producción 'ecoeficientes' con energías limpias es fundamental para poder seguir produciendo y mejorando la calidad de vida con menor impacto ambiental. Pero la ecoeficiencia por sí misma no es la solución final. Hay que tener en cuenta la 'suficiencia' (¿cuánto es suficiente?): esto es, la racionalización del consumo opulento y despilfarrador con el cual no se consigue necesariamente mayor bienestar o felicidad de los ciudadanos. Porque se trata de otra forma diferente de vivir, pero no peor. El texto del artículo publicado ayer viernes bajo el título 'El cambio sostenible' no se corresponde con el original, que hoy reproducimos. Pedimos disculpas por el error de edición a su autor y a los lectores