El agijón vietnamita
Mañana, con LA VOZ, la tercera entrega de 'Bichos': el escorpión gigante, cuya picadura es dolorosa pero no mortal
Actualizado:En la Reserva Natural de Ngoc Son en el norte de Vietnam, no había entrado nunca antes ningún equipo de filmación, y menos español. No estábamos allí para filmar escorpiones, pero eso a ellos les da igual. Con una humedad de más de un 90%, estar seco es una quimera, y al añadirle unos 40 grados centígrados, se torna difícil incluso pensar. La selva primaria de esta zona de la antes llamada Indochina es el hogar de los Muong. Son una minoría étnica que sobrevive en las montañas más inaccesibles de Vietnam, conservando sus costumbres ancestrales.
Los Muong saben bien que a los Heterometrus es mejor no molestarlos. Estos escorpiones son grandes -15 cm- y de un verde oscuro casi negro. Su picadura es muy dolorosa, aunque no suele ser mortal salvo en el caso de niños o individuos alérgicos. Entre la eterna hojarasca mohosa del suelo pululan los escorpiones gigantes, por eso, entre otras razones, los Muong construyen sus casas elevadas para alejarse de la humedad, los bichos y los últimos tigres de Indochina.
Lo increíble de los escorpiones es que vivan en un lugar como éste y también en algunos de los desiertos más secos del planeta. De las más de mil cien especies que se conocen, todas poseen un diseño casi idéntico al que ya tenían los más antiguos fósiles de escorpiones encontrados, datados en 400 millones de años de antigüedad.
Pero en una ocasión, los escorpiones me hicieron un gran servicio. Como todo naturalista, mi habitación era un pequeño museo de historia natural. Mis tesoros eran mudas de culebra, heces de lobo, plumas de todo tipo y cráneos casi limpios de media docena de especies. De acuerdo, no era el Louvre, pero a mí esos objetos me fascinaban, lo malo es que a mis sobrinos también. Era entrar de visita en la casa de la abuela, y se dirigían al cuarto del tío Fernando para provocar la sexta extinción.
En mi ausencia, mi antes científicamente colocado gabinete, se convertía en un maremágnum informe a causa de aquellos diminutos bárbaros, ante la indiferencia de sus madres, para las que un valiosísimo cadáver seco de gallipato no significaba nada. Hasta que un día decidí construirme un terrario de metacrilato en el que coloqué seis escorpiones vivos. Soberbios, con su veneno y todo.
Mi plan funcionó; con la mitad de los datos que contiene este artículo, mis hermanas entraron en pánico y nunca más permitieron que sus monstruitos vulneraran mi santuario. ¿Benditos escorpiones! A los pocos días, en vez de seis, había uno grande. Aquel alarde gastronómico del vencedor me demostró que los había situado en un espacio pequeño. Liberé al gladiador concluyendo que donde están bien los bichos es en el campo, pero la leyenda urbana perduró y ya nunca más volvieron las hordas pediátricas. Desde entonces los adoro, y les invito a conocerlos mejor.