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Editorial

Negligencias en cadena

El hundimiento del New Flame, el buque chatarrero que colisionó hace seis meses en la bahía de Algeciras y permanecía embarrancado a menos de una milla de las costas de Gibraltar, ha dejado en evidencia la cadena de fallos del Gobierno del Peñón, el ministerio de Medio Ambiente, la Junta de Andalucía y la propia compañía consignataria del barco panameño. Sólo cuando los restos de combustible del naufragio han vuelto a contaminar las playas, costas y escolleras de Algeciras se han activado todas las gestiones diplomáticas y administrativas, en medio de un ineficaz cruce de acusaciones entre unos y otros que no han logrado ocultar la desidia y la negligencia con que se ha actuado en los meses transcurridos. No es posible ahora dar por zanjado el problema convocando urgentemente a la embajadora británica para transmitirle la inquietud española por el vertido, ni de que el Ejecutivo de Peter Caruana eluda su responsabilidad por no haber retirado los restos del naufragio haciéndose cargo de la factura de la limpieza.

Actualizado:

Es preciso admitir que la inexistencia de mecanismos conjuntos de inspección en aguas del Estrecho de Gibraltar entre España y las autoridades del Peñón han convertido una zona de intensísimo tráfico marítimo en un territorio sin el necesario control y que el nuevo modelo de relaciones «trilaterales», que debería haber servido para resolver de común acuerdo el problema del New Flame, tampoco ha resultado eficaz. Pero más allá de contribuir a la aconsejable declaración del Estrecho como «Área Marina Especialmente Sensible», el episodio del chatarrero debería acelerar la constitución de un organismo unitario entre las autoridades españolas y británicas para regular de manera consensuada el futuro de la seguridad marítima en un punto tan crucial y sensible para nuestras costas.