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MAR DE LEVA

Caucus y circus

Tiene nombre de batido de bífidos activos, y hasta de medicina barata, pero al parecer es una cosa importantísima. Antes lo llamábamos «las primarias», pero ahora la palabreja (que no es de origen latino, como parece, sino nativa americana) nos aparece en todas partes, en la prensa, en la tele, y dentro de nada en los herederos aún no extinguidos del chafado tomate.

RAFAEL MARÍN
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Hemos vivido el supermartes de la semana pasada con la pasión de una liguilla de la muerte, de una final del Falla. A lo tonto a lo tonto, un ricacho republicano con nombre de marca de patatas congeladas de sobre parece que se apunta a sustituir al emperador Bush dentro de su propio partido (si le dejan, y si le dejan los otros poderes fácticos y económicos que se valen del propio Bush). En el partido de enfrente (que, estando algo más a la izquierda, paradójicamente, tiene por color el azul, mientras que los republicanos, más derechosos tradicionalmente, son de color rojo), quizá porque sus reglas internas de votación son aún más complicadas, las espadas siguen en alto entre otro millonario guapo, joven y aparentemente afroamericano de nombre fonéticamente equívoco, Obama, y la chica empollona de la clase, la esposa del presidente guaperas que se tronchaba de risa con las excentricidades del premier ruso y, pese al embargo a Cuba, se pirraba por un buen habano. Hillary, con su pinta de Emma Thompson entradita en algún kilo, una posible primerísimo dama de hierro con conciencia social si la dejan, que la cosa está todavía por ver.

Que los españoles, tampoco sabe uno por qué, parece que apoyamos tradicionalmente al partido demócrata (Aznar y los neocons aparte), se explica quizá porque queramos o no somos, en el fondo, el estado número cincuenta y dos (ya saben, Puerto Rico, el cincuenta y uno). Pero que en ese galimatías de gente que vota porque dice que pertenece a un partido pero que puede votar al otro partido, en el caucus, o las primarias, ese desfile de promesas, circo, besos, niños, globos, muchos globos, y banderitas al viento y canciones de América la bella (que, sí, cantan los dos partidos por igual) nuestra prensa esté, según parece, irremediablemente de parte del joven y guapo Barack Obama es otro misterio que escapa a mis entendederas. Ya veremos cómo queda la cosa, y si al final los sesudos editoriales de la prensa más seriota no tienen que dar marcha atrás y apoyar a doña Hillary (si es que entre los dos, habido empate técnico, no se reparten presidencia y vicepresidencia).

Lo curioso de todo esto es que vivimos los prolegómenos de las elecciones americanas de finales de año con bastante más pasión, de momento, que las que nosotros vamos a tener de aquí a nada. Quizá porque, entre el mogollón de cosas admirables que tiene el amigo americano está esa capacidad de mezclar política y espectáculo en una batidora de buenos deseos que se vuelven contagiosos. Nuestros políticos patrios (los peores del mundo después de los italianos, que decía el otro día el gurú Sanchez-Dragó) me temo que no saben venderse como se venden los yanquis, por mucho que los imiten. Unos y otros (o uno y otro) siguen anunciándonos el mismo detergente una y otra vez, con la misma poca gracia que tienen los anuncios de detergente, que ya sabemos que en el mundo de la publicidad son lo más aburrido y lo más ramplón.

Es admirable esa capacidad de la política americana de sacarse de la nada (o, al menos, de la primera línea de la opinión pública), líderes de uno y otro partido que nadie conocía o en cuyo proyecto no confiaba, y apoyarlos hasta que, graciosamente, deciden retirarse de la contienda cuando ven que la cosa ya no llega más allá. Ganen o pierdan, dentro de otros cuatro años habrá otras caras nuevas, otros proyectos, otros hombres y mujeres que serán capaces de anunciar otros sueños.

¿Quién sustituirá algún día, en nuestra política, a Zapatero, a Rajoy, a Chaves, a Teófila? ¿Saben nuestros partidos políticos que nadie vive eternamente? Y, si lo hacen, o cuando lo hagan, ¿variarán sus aburridos discursos o seguirán intentando vendernos el mismo detergente de costumbre?