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TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

¡Cómo está el servicio, señor Arias!

Al jerezano Miguel Arias Cañete, su deportación al número ocho de la candidatura del Partido Popular por Madrid, le ha cortado la digestión y la nostalgia. Qué se hizo, se pregunta de «aquellos maravillosos camareros que teníamos, que le pedíamos un cortado, un nosequé, mi tostada con crema, la mía con manteca colorada, cerdo, y a mí uno de boquerones en vinagre y venían y te lo traían rápidamente y con una enorme eficacia».

JUAN JOSÉ TÉLLEZ
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Sólo hace falta que la voz meliflua pero inolvidable de Gracita Morales le responda: «¿Qué cosas tiene el señoriíto!». ¿Cómo está el servicio, señor Arias! Los inmigrantes están tan poco cualificados que a los legendarios polacos de Alcalá de Henares sólo les basta el título de ingenieros para traer y llevar bombonas de Butano. ¿Cómo se atreven esas sudacas a cuidar a nuestros ancianos con un simple título de Filología o de Medicina que nuestro sistema no les convalida o tarda tanto en hacerlo que saltan recién las alarmas de las supervivencia y se las ingenian para ascender a la condición de chachas, mayordomos o recogedores de fresas con un doctorado del tres al cuarto!

La propuesta de contrato para inmigrantes que enunció el candidato de su partido, Mariano Rajoy, ese que le ha dejado tirado a favor del tiburón Manuel Pizarro que siguiendo la costumbre de otros líderes conservadores no hace más que meterse con Andalucía, ha venido a servirle como magdalena de Proust y le ha traído a las mientes una vieja memoria de fámulas y de cofias, de manijeros de cortijo y otras servidumbres. Decía Rajoy que los inmigrantes tenían que aprender nuestro idioma e irse voluntariamente al infierno si no encontraban un contrato basura a este lado del paraíso. O que asumieran nuestras costumbres -que es como tradujo de Nicolás Sarkozy la palabra francesa «moeurs», que también puede significar «valores»-. Como ya ha dicho mi admirado Hugo Deveraux, sería algo así como recetarles somníferos a los espaldas mojadas que no quisieran o no supieran dormir la siesta. El tal Pizarro ya ha dicho que con costumbres españolas se refiere a que no se debe robar ni cortar la mano por hacerlo, una práctica que se condena explícitamente en el libro de los Huhud, que hace el número 41 de los del Corán. ¿Querrá decir, por otra parte, que El Lute, El Dioni o Mario Conde no fueron dignísimos bandoleros españoles?

Pero, señor Arias, usted ha ido más lejos. Seguro que si no le quitan el micrófono a tiempo, lo mismo propone que si el metro fuera demasiado lleno, los negros y los moros tendrían que apearse de inmediato. Siguiendo a Hunttington o a su compañero de filas Dimas Cuevas, candidato al Senado por el Albacete y que arremete también contra los inmigrantes, además de contra los homosexuales o las mujeres, usted también ha hablado de choque de civilizaciones en los recreos de los colegios periféricos de Madrid, ¿está sugiriendo acaso que se creen colegios-ghetto para los infieles? Para mi, conociendo de sobra su afabilidad y bonhomía, creo que se ha explicado tan malamente como Mariano Ozores lo hacía en el Un, dos, tres.

Desde su punto de vista, señor Arias, las urgencias estarían colapsadas por culpa de indios y sarracenos. Usted acaba de denunciar que «alguien que para hacerse una mamografía en Ecuador tiene que pagar el sueldo de nueve meses, viene aquí a urgencias y tarda un cuarto de hora». Pero no ha añadido que la mayoría de ellos tiene perfecto derecho a hacerlo porque las pagan con sus impuestos, con los que aritméticamente ayudan a mantener la Seguridad Social de este país cuyas clases pasivas aumentan geométricamente. Y la minoría que no le paga al Estado estaría encantada en hacerlo a poco que le dieran un manojito de papeles.

No ha sido precisamente el PSOE ni Andalucía Acoge ni el club de fans de la inmigración clandestina quien ha tenido que decirle que el número de intervenciones a inmigrantes en hospitales públicos andaluces, por ejemplo, apenas llega al 10% del total o que la tercera edad comunitaria a la que usted no alude y que legítimamente ha establecido su segunda residencia en nuestro país es la que conlleva mayores prestaciones para las arcas de nuestros servicios de salud. Ay qué ver, don Miguel, que haya tenido que ser la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias , probablemente un nido de rojos furibundos, quien haya calificado sus declaraciones de esta semana como una «auténtica sandez». Por si no ha leído sus opiniones, le juro que el portavoz y vicepresidente primero de SEMES, Tomás Toranzo, aseguró que usía, ex ministro y ex diputado por Cádiz, «no tiene ninguna razón en lo que ha dicho, porque los inmigrantes usan las urgencias como el resto, y si éstas se bloquean, es porque están mal dimensionadas y tienen una plantilla escasa y desmotivada».

Que vuecencia no sabe de lo que habla, le han dicho. Seguramente porque, a Dios gracias, usted visita tan poco las urgencias de los hospitales públicos a los que quizá su partido quisiera privatizar, que ignora que en dichos departamentos no se hacen habitualmente mamografías. Lo que no impide que la clase política, de vez en cuando, incurra en notables mamonadas.