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PROTESTA. Un grupo de manifestantes exige la abolición de la pena de muerte en California. / AP
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El final de la silla eléctrica

Nebraska, el último estado con el método en vigor, declara su uso inconstitucional. «Atenta contra la dignidad humana», sentencia el Supremo

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En un nuevo arrebato de sentido común, el Tribunal Supremo de Nebraska declaró el pasado viernes que la silla eléctrica, el único método de ejecución en vigor en ese territorio, es un atentado contra la dignidad humana y, por tanto, inconstitucional. Con esa decisión se elimina a Nebraska como el único lugar de Estados Unidos que mantenía sólo ese método para efectuar sus ejecuciones, aunque el castigo en sí sigue vigente. Por eso a partir de ahora este estado optará por la inyección letal para ajusticiar a sus condenados.

En la declaración emitida por el tribunal, aprobada por seis votos a favor y uno en contra, el juez William Connolly afirmaba que «los condenados a muerte no deben ser torturados, independientemente de sus delitos». Curiosamente, la determinación se tomó durante la revisión del caso del hispano Raymond Mata, un preso encarcelado en 2000 tras asesinar a un niño de tres años. Durante el proceso, en el que Mata fue condenado a la pena capital, el tribunal prohibió que el reo fuera ejecutado en la silla eléctrica y suspendió indefinidamente su muerte.

Según la sentencia judicial, todas las pruebas revisadas demuestran que la electrocución inflige «intenso dolor y un sufrimiento agonizante», además «de haber demostrado ser un dinosaurio más apropiado para el laboratorio del baron Frankenstein» que para una prisión estatal de EE UU.

La resolución fue recibida con alegría por las organizaciones en defensa de los derechos humanos.

Sarah Tofte, portavoz de Human Rights Watch (HRW), aseguró en un comunicado que «la decisión elimina la brutal práctica de las electrocuciones en Nebraska» y «es un paso importante hacia la eliminación de las ejecuciones intrínsecamente inhumanas en Estados Unidos».

La silla eléctrica nació en 1890, cuando, en un esfuerzo por buscar una forma más humana que la horca para acabar con la vida de los condenados, Nueva York ejecutó por primera vez con este sistema al reo William Kemmler. Normalmente se ata al condenado a una silla, se le inunda de electrodos el cuerpo previamente afeitado y se le coloca una especie de casco en la cabeza. Tras una descarga de quinientos voltios durante treinta segundos «los ojos del prisionero suelen salirse de las órbitas, defeca y vomita sangre mientras su piel se enrojece por segundos. La autopsia del cadáver debe retrasarse varias horas, ya que el calor corporal puede llegar a quemar a los forenses», explicaba en el Tribunal Supremo estadounidense el juez William Brennan.

Sin embargo, el método más empleado para acabar dignamente con la vida del condenado es la inyección letal. En la época moderna de los ajusticiamientos se ha utilizado en 929 ocasiones, según recoge el Centro de Información sobre la Pena de Muerte, con sede en Washington. Es el sistema de cabecera en 38 estados norteamericanos, con Nebraska recién incluido. El uso de la dosis fatal, aprobado por primera vez por Oklahoma en 1977, no fue aplicado hasta 1982, cuando Texas recurrió a las jeringuillas para acabar con la vida del reo Charles Brooks.