Ex tomate
Ha pasado una semana desde que Aquí hay tomate desapareciera. No ha pasado nada. Telecinco ha seguido ganando dinero. Las hipotecas no han bajado. Los norteamericanos siguen reduciendo sus tipos de interés. El cambio climático no ha experimentado modificaciones. El apocalíptico panorama que los tomateros nos dibujaron en su despedida no ha hecho ni amago de aparecer. He estado revisando los vídeos de la espontánea manifestación de condolencia que un reducido grupo de ciudadanos protagonizó en la puerta de Telecinco. Si alguien dudaba de la conveniencia de suprimir el programa, el vídeo despeja cualquier reparo. ¿Quién estaba allí? Un grupo de señoras mayores desocupadas. Un par de jóvenes varones cuyo nivel de expresión oral no pasaba del borborigmo. Una doncella de profesión estudiante, según sus palabras. Un gay de cuota. Un friki disfrazado a mitad de camino entre orco de Tolkien y María Isabel, antes muerta que sencilla. Me parece que pocas imágenes hay más gráficas para expresar cual es la España de Aquí hay tomate, el público que nace de este programa y de otros como él, pero con menos éxito.
Actualizado: GuardarLa tópica España profunda negra y zafia, analfabeta y brutal, no ha muerto; se ha transformado. Ahora ya no hay que buscarla en los rincones más olvidados del mundo rural, sino que crece al calor del opio televisivo, de la banalidad travestida de acontecimiento, del escándalo de entrepierna elevado a la condición de argumento de interés general. Mucha gente veía el Tomate para divertirse. Una buena porción lo veía porque estaba convencida de que el mundo exterior es esa sucesión de medias verdades, medias mentiras y atrocidades que estructuraba Aquí hay tomate. Causa vértigo pensar que junto a nosotros vive gente capaz de orientar su vida por las cosas que le cuentan en un programa así. Jorge Javier Vázquez, más que andar presumiendo de mártir de la libertad de expresión (hace falta valor), debería pedir perdón al público por «haberlo mistificado», o sea, por haberle tomado el pelo. El Tomate, efectivamente, era el opio del pueblo. Pero la lucha contra el narcotráfico no ha terminado.