Contraportada

La reina durmiente

Mañana, con LA VOZ, la segunda entrega de la 'Bichos': la avispa gigante de España cuyo veneno es menos dañino que el de la abeja

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La colección Bichos, que LA VOZ ofrece a sus lectores desde el pasado domingo lanza mañana una nueva entrega. Se trata de los avispones, insectos sociales de muy buena familia, la familia Véspidos, del orden Himenópteros, a la que pertenecen las hormigas, las abejas y las avispas en general. Junto con las termes (termitas conocidas popularmente), son los únicos insectos sociales; viven en colonias y trabajan para la comunidad. Aquí está gran parte de su gracia. ¿Cómo es posible que se organicen millones de individuos, entre los que hay reinas, obreras, soldados o zánganos entre otros, haciendo cada uno su trabajo perfectamente y sin despidos, ni faxes, ni reuniones de tormenta de ideas, ni sindicatos? No hay estrés, ni conciliación familiar ¿cómo lo hacen?. Veamos.

Los avispones son máquinas perfectas de matar, son cazadores de insectos, de diseño puntero; tanto es así, que su nombre en inglés, hornet, le ha sido dado a un tipo de avión de combate. Su cabeza parece un casco de piloto de fuerzas aéreas, tiene tres tipos de ojos, y una potencia prodigiosa capaz de volar 100 kilómetros al día, a 40 km/hora de velocidad y matar 40 abejas por minuto decapitándolas cuando atacan una colmena.

El avispón de Japón

El avispón más grande vive en Japón, y mide hasta 7,5 centímetros: cuando vuela hacia ti parece un enorme juguete diabólico, y si te pica puedes morir en 15 minutos, pues su veneno es capaz de disolver los tejidos humanos; se han encontrado pobres campesinos con la cara totalmente disuelta por un desgraciado encuentro con ellos. Pero no se alarmen, las especies de Vespa, que ese es su nombre de género (si, la famosa moto también copió su diseño) que viven en España, tienen un veneno menos peligroso que el de una abeja.

Sí, una sola Reina durmiente, que ha pasado el invierno oculta y sola, elige un lugar en primavera, construye unas celdillas de papel masticando madera, y pone en ella los huevos ya fecundados el otoño anterior que portaba en su interior. De allí nacen las obreras, hembras a las que mantiene estériles la Reina segregando una hormona. Las obreras cazan, construyen y alimentan a la Reina y a sus nuevas hermanas. Ella sólo pone huevos. Es la madre de todas, que vivirán solo un mes, siendo sustituidas por otras según van naciendo en sus cunas hexagonales.

De todos los huevos fecundados nacerán obreras a miles, hasta que llegado el otoño, la ya débil Reina, comienza a poner huevos no fertilizados de los que nacerán ellos, los machos, los zánganos, cuyo único fin es volar lejos y fecundar a nuevas reinas. Tras unos pocos días de vida estos machos morirán, acabó su trabajo. Entretanto, en la colonia, ya de unos 700 ejemplares, las obreras empiezan a rebelarse, dejan paulatinamente de atender a la vieja reina, incluso se comen los huevos que pone, la colonia está condenada. Los zánganos se han ido, y cuando la Reina muere y deja de emitir su feromona inhibidora, las trabajadoras ven cómo se activan sus ovarios. Aún así, en pocos días toda la colonia muere. Allí afuera, los machos juguetones también han caído, sólo algunas jóvenes reinas que tuvieron encuentros amorosos con ellos, corren a refugiarse en algún recóndito lugar para invernar, solas, y fundar un nuevo imperio.