De la sastrería de la cárcel a los estrados
Instituciones Penitenciarias crea en la prisión de Alcalá-Meco un taller de costura donde las reclusas confeccionan togas para los letrados
Actualizado: GuardarEntre los módulos que integran la prisión de Alcalá-Meco, una nave luminosa, de techos altos y grandes ventanas acoge el taller de costura en el que un grupo de presas asume el reto de vestir a los letrados, elaborando con sus propias manos las togas que se pondrán al servicio de la abogacía.
Esta iniciativa, fruto del convenio entre Instituciones Penitenciarias y el Consejo General de la Abogacía (CGAE), se ha visto materializada con la entrega de la primera toga al presidente de esta institución, Carlos Carnicer.
La directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, fue la encargada de ofrecer esta prenda a Carnicer en un acto simbólico en el que también estuvieron presentes los decanos de los colegios de abogados de Madrid y de Alcalá de Henares, Antonio Hernández-Gil y José Luis Doñoro, respectivamente.
Mayoría suramericana
Sin perder ojo del acto protocolario, las internas que trabajan en este taller de confección del centro penitenciario Madrid I, continuaban con su labor frente a las mesas de costura, preparando forros, dando forma a los plisados o finalizando a mano los últimos detalles de «costura subterránea», como explica Gloria.
Ella es una de las mujeres que se ha hecho con un puesto de trabajo en el taller y sus manos son el último eslabón de un proceso de elaboración que, según ella, muestra «la ironía de la vida: una presa dedicada a algo que será para los que trabajan en la Justicia».
Gloria es de Bolivia, ya supera los cincuenta años de edad y está condenada a nueve de prisión por un delito de tráfico de drogas, por el que «a muchas nos traen directas aquí del aeropuerto de Barajas», señalaba.
Lucinda también es una «mula» -como se conoce a las mujeres que introducen droga en España- procedente de Bolivia y señala «las bromas» que acompañaron el anuncio de esta iniciativa.
«Nos reíamos y bromeábamos con que nos dieran menos años de condena por este trabajo; pero, hablando en serio, es una iniciativa bonita», dice.
En un taller ocupado mayoritariamente por mujeres sudamericanas, una joven de Ciudad Real, Raquel, se encarga de la parte delantera de las togas.
«Mientras paguen bien, me da igual el destino (de la prenda)», afirma la reclusa.
Raquel cumple prisión preventiva por delitos de robo con violencia, intimidación y asesinato, y, aunque describe su tiempo en la cárcel como «triste», espera que cuando salga a «retomar» su vida esta formación le ayude a «conseguir un trabajo».
La directora general de Instituciones Penitenciarias Mercedes Gallizo destacó que la adquisición de «hábitos de normalización» es uno de los objetivos de este convenio, «una experiencia nueva, única en Europa y en el mundo», según ha destacado Carnicer.
El centro penitenciario Madrid I ha sido el primero en poner en marcha este taller, en el que, como en los restantes talleres productivos de la prisión, las presas cobran un salario y están dadas de alta en la Seguridad Social.