«El yoga no sabe de edad, clase social, raza o tamaño»

-¿Cómo se llega a maestra de yoga?

-En mi caso, comencé a estudiar y a iniciarme en el camino místico cuando tenía 15 años, que era más o menos a principios de la década de los setenta. A los 16 años empecé en una escuela y, un poco más tarde, tuve la suerte de que el escritor colombiano Efraín Villegas Quintero fuera mi maestro y con 18 años me hizo gnóstica. Fue un auténtico privilegio.

-¿Era habitual practicar yoga en Cádiz en esa época?

-Evidentemente no tenía la publicidad que existe ahora. Era más difícil acceder a las enseñanzas y no como ahora que cualquier gimnasio ofrece sesiones por ocho o nueve euros, pero claro las imparten monitores que no tienen ningún tipo de formación.

-¿Cómo se forma una maestra de yoga?

-Es un camino largo y siempre estás aprendiendo. El título internacional de yoga me lo saque en Roma, porque aquí costaba mucho dinero. En España se negocia con el yoga y esto no es para ganar dinero. En Italia me lo pude sacar a través de un instituto público y aquí todo es privado. Además, como tenía familia en Roma todo fue más fácil. Luego, he seguido formándome e interesándome por otras disciplinas como el Pilates o el Reiki, que también ayudan a vivir mejor.

-¿Hay mucha afición en la provincia por el yoga?

-Puede decirse que sí. Yo tengo 50 alumnos a los que les imparto clases en horarios de mañana y tarde en grupos de doce personas. De todas, formas es aconsejable que todo el mundo se interesara por el yoga. En la India por ejemplo se practica desde que se nace. El yoga es algo que no sabe de edad, clase social, raza o tamaño.

-¿Qué tipo de personas acuden a sus clases?

-Gente inquieta o gente con problemas físicos, sobre todo. El yoga ayuda a aliviar muchos tipos de dolores, como los musculares. Además, nos lo pasamos muy bien en las clases.