Oportunidad egipcia
Actualizado: Guardarl tercer viaje oficial de los Reyes a Egipto, en el que han estado acompañados por una delegación de más de 80 empresarios, está llamado a estrechar los lazos de colaboración de España con un estado vital para la estabilidad política y el desarrollo económico de Oriente Próximo. La visita ha redundado en la firma de acuerdos cuantificados en 250 millones de euros y en la rúbrica de un Tratado de Amistad y Cooperación, que corrige la anomalía por la cual no existía hasta ahora un instrumento diplomático que garantizara un contacto al más alto nivel con carácter anual y sistematizara las actuaciones derivadas de las relaciones bilaterales. Aunque el entendimiento político entre ambos países es antiguo y se ha fortalecido con el paso del tiempo gracias a la confianza mutua, la alianza no se ha desplegado en todas sus potencialidades entre otros factores por la atención prioritaria que siguen prestando las autoridades egipcias a EE UU, su valedor internacional en materia de seguridad y en lo referido a la asistencia económica y militar. No en vano, Egipto es el segundo receptor de ayuda estadounidense del mundo sólo por detrás de Israel. Pero ni el influjo norteamericano ni, en su caso, la inclinación de la diplomacia española por desarrollar una acción más decidida en otras áreas del Mediterráneo pueden actuar como un lastre a la hora de atender los gestos de apertura del Gobierno de Mubarak hacia la Unión Europea, cuya consolidación política y su fortaleza económica despiertan un creciente interés en El Cairo. La visita de los Reyes debe contribuir a profundizar tanto el acercamiento político, como las actuaciones económicas y mercantiles limitadas hasta la fecha casi en exclusiva a la posición clave que ha asumido en el país Unión Fenosa. La posición estabilizadora de Egipto en un contexto territorial tan convulso y su transformación en el estado árabe sunní de referencia lo convierten en un aliado valioso cuya colaboración conviene cultivar. Pero la relevancia de su papel en la zona y la satisfacción que pueda prestar a los intereses españoles no pueden derivar en un desistimiento en la exigencia a sus autoridades para que adopten un compromiso más firme en el respeto a los derechos humanos, un requisito democrático ineludible aunque el pragmatismo aconseje requerirlo con exquisitez diplomática.