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LOS PELIGROS

El memorial encuentra casa

Como una gran noticia hay que recibir que el Presidente del Consorcio del Bicentenario concretara el uso del castillo de San Sebastián, después de que sea rehabilitado.

MANUEL J. RUIZ TORRES
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Curiosamente, los mismos que defienden una idea monolítica de lo que debe ser el Consorcio para el 2012, resaltan las distintas posturas previas de sus miembros, como las dudas de algunas administraciones gobernadas por socialistas sobre si restaurar este castillo dentro de los edificios relacionados con el Bicentenario o hacerlo más adelante con otros fondos. Estas dudas de procedimiento, públicas en todo caso, les parecen más importantes que la decisión final tomada dentro del Consorcio. Ese apoyo es tan fundamental que, dicho claramente, sin él no se hace. La rehabilitación depende de que la autorice Costas, propietaria además del edificio, y de que lleguen fondos de las Administraciones Central y Autonómica. No de que lo pida el Ayuntamiento. Parece razonable que sea quien preside el Consorcio quien presente el proyecto, pues suya es la propuesta. Ahora será ese órgano, en su totalidad, quien deba afinarla. Pero ha de entenderse que cada miembro tenga sus propias iniciativas y que administre cuándo las hace públicas. Especialmente en un contexto donde hay tan poca consideración con la autoría de las ideas de los demás.

Sobra el enfado del Ayuntamiento, más pendiente de adjudicarse el origen de todo lo que se propone, ajeno o propio, que de valorar un beneficio para la ciudad. Sobra que, en ese enfado, argumente su derecho a opinar (que, por supuesto, lo tiene), basándose en que el Ayuntamiento "representa democráticamente a los gaditanos". Vuelve así la alcaldesa Martinez a repetir un viejo error, como cuando negó credibilidad democrática a los ministros por no ser elegidos en las urnas. La función del Ayuntamiento es el gobierno y administración municipal, con importantísimas atribuciones pero en ningún lugar de la legislación se dice que, entre ellas, esté representar a los ciudadanos. Éstos están representados en los distintos Parlamentos, con elecciones distintas que tienen resultados distintos. Nadie puede arrogarse el nombre de Cádiz en exclusiva en una sociedad plural. El respeto que se exige debe ser recíproco.

En este camino hemos perdido, por la intransigencia religiosa de unos pocos que también entienden la Historia de manera excluyente, la posibilidad de que el símbolo evidente del Bicentenario, el Oratorio, pasara a ser su símbolo emocional. Y hace falta un símbolo emocional si queremos implicar a la gente. Al Consorcio le queda un trabajo difícil: conseguir que el castillo, ajeno a los grandes hechos de 1812 pero no a su vida cotidiana, sea ese símbolo. No es baladí vincular la ciudad al mar. Por ahí entraron las riquezas de su época más esplendorosa, por allí entró América en Europa y por el mar sobrevivió esta ciudad al bloqueo francés recibiendo los alimentos que le faltaban. Pero esa identificación emocional sólo puede hacerse desde el respeto escrupuloso a la propia historia de la ciudad.

Rechazadas las propuestas megalómanas que nos falseaban, el nuevo proyecto debería conservar los vínculos afectivos que unen a los gaditanos actuales con ese castillo. En el 2012 debe cumplir casi cien años el Faro de Cádiz, el segundo que dispuso de alumbrado eléctrico de España y el único de estructura metálica que sigue aún en pie. Aunque se construya al lado otro mayor, no vayamos a sacrificarlo en la rehabilitación. Sería no entender qué identidad queremos celebrar entonces.