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MAR DE LEVA

Lunes de Carnaval

Lo malo que tiene el Carnaval, para los que no podemos vivirlo al cien por cien ni vivimos de él, es que apenas está empezando cuando ya se termina. Dos, tres días, son pocos para celebrar que en muchas ocasiones no tenemos nada que celebrar, aunque nosotros aún arrastremos la rémora de las Fiestas Típicas y nos concedamos una prórroga que dura, para algunos, toda la semana, y se reproduce hasta el sábado que viene y el domingo de piñata.

RAFAEL MARÍN
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Uno hace tantos años que dimitió de los sábados de Carnaval que tira de oído y esa noche se apalanca en la casa, como el Neville de Soy Leyenda, intentando hacer oídos sordos a las voces que me dicen «sal» para abducirme.

Pero la década larga que me apertrecho de víveres y me dedico a ver tranquilito el resumen del Falla por Canal Sur, donde por fin pasan sólo las agrupaciones sin las impresentables presentaciones de los políticos de turno, los famosillos, los triunfitos y los recitadores de topicazos, me ha enseñado a disfrutar con otra serenidad esa parte de la Fiesta. Como la chirigota del Torre de la historieta de días pasados, yo también he sufrido en carnes las bullas que han convertido nuestro sábado en macrobotellón de foráneos, y la duda que me queda -si uno de los días grandes de la Fiesta se reduce a una invasión de ultracuerpos venidos en tren o en autocar (en «carterilla» que se decía antes en nuestros pueblos)-, es en qué queda ese segundo sábado que está todavía más vacío.

A menos que uno tenga un trabajo que le permita ser su propio jefe, o sea un estudiante que se abstraiga de sus propios suspensos, el Carnaval para la gente de Cádiz, si no vives en La Viña e inmediaciones, es asunto de domingos y de lunes. Los domingos siguen sus ritos establecidos, los retrasos de los coristas, las miradas al cielo por si llueve o no llueve y se interrumpe o no la Cabalgata que ya es única. Los lunes han dejado ya, hace tiempo, de ser nuestros, el día en que los gaditanos disfrutábamos de los coros y las chirigotas sin el agobio centuplicado del domingo. Nos vamos a la plaza o, ahora que la plaza está como está, nos apostamos por las calles del casco antiguo sin otra ilusión que escuchar a un coro o seguir en romería a una chirigota, toda la mañana y toda la tarde, y hasta la noche quien aguanta. Sigue pareciéndome, sin embargo (dado por perdido ya el sábado), que a este lunes le falta algo también.

Quizá por eso tienen nuestros lunes carnavaleros un no se qué de melancólico. Más que el domingo de piñata, ya puestos, porque ese domingo el cuerpo y la cartera ya no dan para más y en el fondo está uno deseando descansar y regresar al control ordenadito al que nos sometemos todo el año. Pero la nuestra debe ser una de las pocas fiestas del mundo que no concede después ese necesario equivalente a la siesta tras el almuerzo: un diíta de resaca. Mañana, y perdonen ustedes que se lo recuerde, con la garganta hecha polvo, los pies entumecidos, muertecitos de sueño en ocasiones y con la voz hecha un estropajo si son ustedes de los que cantan por derecho o con patente de corso, habrá que volver al tajo. Uf. No quiero ni imaginarme cómo van a sortear los colegios e institutos esta semana diabólica, donde los que deciden los horarios y las fiestas han sacrificado una vez más el interés de la gente de Cádiz-Cádiz por el interés de quien prefiere los puentes para hacer excursiones a la sierra o hacer una visita a los familiares en otras provincias.

Cuando el fin de semana que viene se termine el Carnaval, todavía nos quedará por delante todo el corto febrero el loco, que este año nos va a parecer muy soso y muy muy largo. Una vez más, y cada vez con más fuerza por cómo nos ha caído el calendario, se comenta que nuestro Carnaval del siglo XXI tendría que buscarse una fecha fija, medida que posiblemente tendría más pros que contras, aunque tal como andan los obispos últimamente, me temo que mejor será no menearlo hasta que, dentro de pocos años, estemos preparando otra vez panizas y tortillitas de camarones con la alacena llena todavía de polvorones y turrón de chocolate y nos volvamos a plantear su conveniencia.