TRASTIENDA. Camareros de la taberna Casa Manteca, en La Viña, ordenan el almacén del local.
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La calculadora de La Viña echa humo

Los comercios del centro neurálgico de la fiesta multiplican hasta por ocho sus beneficios durante la semana de Carnaval

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Un «que no falte de na...» se le escapa de la boca a Tomás Ruiz, hijo del torero y tabernero Pepe Manteca, cuando se le pregunta cómo piensa resistir el alud llamado Carnaval que aguarda ahí fuera. En la calle, en la plaza... en casa rincón del barrio de La Viña de Cádiz.

Si nos colamos en el corazón de las tascas, esos pequeños submundos que se crean alrededor las decenas de barras de mármol que se concentran en este barrio, la taberna Casa Manteca que regenta este gaditano de 37 años es uno de los epicentros del maremoto.

«Diez kilos de mojama, otros diez de huevas de atún; cinco kilos de lomo de bonito...».

«Listo?», pregunta un tipo vestido de azul, carpeta en mano, y cara de proveedor.

«Listo», responde desde el otro lado del mostrador Tomás.

Se trata de pasar el primer fin de semana de Carnaval en Cádiz. Una fiesta que concentra a cerca de 300.000 personas sólo durante la noche del sábado a domingo, según cálculos aproximados del Ayuntamiento. Una marea humana que deja en las calles cerca de un centenar de toneladas de basura. Vasos de plástico, botellas de vidrio, montañas de papel de servilletas... Y que consiguen que los bares, peñas flamencas y restaurantes sumen algún cero a sus recaudaciones.

Pero, ¿cuánto consumimos de más durante estas fiestas? ¿Cuántas tapas de pescaito frito nos comemos? ¿Cuántas botellas de manzanilla abrimos? Se trata de datos difíciles de calcular, según reconoce Miguel Ángel Ruiz, presidente de la Unión de Consumidores de Cádiz.

El sondeo hay que hacerlo bar por bar. Eso sí, avisa Ruiz, «que el consumo aumente no es razón para que los comercios incrementen los precios de los productos, en tanto que cada establecimiento debe tener las listas de precios expuestas al público durante todo el año», explica.

Sólo en estas paredes de Casa Manteca, en La Viña, donde resuenan los ecos de las tertulias de artistas flamencos de los años 50, se despachan más de 15 barriles de cerveza de media cada día durante esta semana, frente al tonel diario habitual. Los camareros pasan de los cuatro habituales, a ser nueve. Y la caja registradora se marea: la factura se multiplica por ocho.

A escasos metros de allí, en la copistería de la calle San Rafael, las fotocopiadoras escupen hojas sin parar, y al ritmo del compás que marca La Comparsa de Momo (ganadora del Concurso Oficial de Agrupaciones de Cádiz de este año) . Tres jóvenes de escasos 18 años no pierden detalle de lo que sucede en la pequeña pantalla que cuelga de la esquina de esta apretada reprografía. Aquí cuatro máquinas de copias, decenas de cajas de cartón y montones de folios grapados que se transforman en libretos de comparsas, se agolpan en escasos ocho por cuatro metros. De este establecimiento han salido cerca de 5.000 cuadernillos de las cerca de dos centenares de las llamadas agrupaciones ilegales, esas que se saltan el trámite de pasar por el Gran Teatro Falla.

«Cada vez nos organizamos mejor. Pero hay años en los que nos han desbordado los pedidos, y nos toca quedarnos a pasar la noche en la copistería. Eso sí, nunca falta una botella de manzanilla ni unas buenas risas», apunta Pedro, responsable del local. Y si uno se queda un rato más charlando con Pedro, seguro que sale con uno de esos cuadernillos clandestinos bajo el brazo. Y con un par de consejos para seguir con buen pie el Carnaval: «no alejarse demasiado ni del Manteca ni del tablao del barrio de la Viña», que se levanta en la calle de Virgen de La Palma.

Si uno entonces se deja caer cuesta abajo por el pavimento desconchado y lleno de mordiscos en los adoquines de la calle San Rafael pronto aterriza en el taller de motos en el que trabaja Jesús Díaz. Aquí el Carnaval también deja su particular premio: en forma de pinchazos.

«Este negocio va bien gracias a los neumáticos destrozados», reconoce Jesús sin vacilar. Las cámaras de las ruedas de las motocicletas son blanco débil para los miles de pequeños cristales que se acumulan en el suelo. «En Carnaval arreglamos cerca de 15 cámaras de motocicletas al día, mientras que durante el resto del año no pasamos de cinco», explica. La máquina registradora vuelve a trabajar: a 20 euros el cambio de cámara de neumático, mano de obra incluida, este pequeño taller recauda 200 euros más al día.

En el cruce de la calle de la Rosa con San Rafael, Domingo Botubol, de 75 años, no tiene tanta suerte. Este gaditano de apellido hebreo y gorra calada al estilo marinero vende clavellinas, siemprevivas y margaritas en un puesto callejero que improvisa cada mañana. Pero al parecer la máscara y el antifaz compiten con el romanticismo. «Vendo menos flores durante el Carnaval. La gente sale a divertirse y eso se nota», se lamenta Domingo detrás de esa mirada cristalina con la que observa el trajín de su barrio pasar cada día desde la misma esquina.

República de Cai

Domingo, y su puesto de siemprevivas, se pierde para los ojos al final de la calle José Celestino Mutis. Esa que sumerge al viandante en el corazón de La Viña... República independiente de Cai, según dictan con letras chillonas los carteles que cuelgan desde los balcones de sus calles.

La Peña La Palma es un refugio bullicioso en que las imágenes congeladas en blanco y negro (de comparsas coros y chirigotas) cuelgan de las paredes desde finales de los años 50. Ángel Caballero hace cuenta mental de las cajas de vino dulce que necesita para mañana: «Unas cinco de manzanilla, otras cinco de moscatel...».

Ya de vuelta a la calle, esos dos que mascan tabaco y devoran la prensa al sol, son José Rebujina, de 62 años, y un amigo. «Llevo tantos años detrás de una barra que esto ya es coser y cantar», asegura Rebujina, que dirige la taberna El Albero. Antes fue torero, asegura, y ahora despacha cientos de kilos de pescado, tortillitas de camarón, chocos, puntillitas... «Lo que más me piden es pescado», explica con su voz ronca. Sus ventas se multiplican por cinco durante el Carnaval, reconoce.

«Gatos». Eso dice Rebujina que son los gaditanos. «Nos cuesta pasar un día sin pescado», dice.