LA RAYUELA

Kiko Galeote

La película de Amenábar Los otros, contaba una historia sobre la presencia en nuestro mundo de quienes murieron, de los otros. Personas que un día fueron jóvenes, felices o desgraciados, y que, quizás, se sentaron en la misma silla donde usted lee estas líneas, o vieron renovarse, con las estaciones, los árboles del parque desde la misma ventana. Ellos están en los objetos que tocaron o poseyeron, en los espacios donde rieron, comieron, lloraron o amaron; allá donde los imaginamos o recordamos, porque nuestra memoria es la cancerbera de su recuerdo, de su existencia en la tierra. La inmensa mayoría de los otros están condenados al olvido, aunque los afortunados que amaron y fueron amados morarán durante una o dos generaciones, guardados en el corazón de sus familiares y amigos. Sólo a una pequeña minoría le está reservado el olimpo de los dioses, donde vivirán para siempre gracias a que nos entregaron su espíritu en forma de arte y cultura. Así, el poeta Ángel González volverá a pasear por Oviedo cuando una adolescente lea su poemario frente al Cantábrico o Alberti estará más vivo que nunca entre la espuma del agua y la sal de la Bahía cada primavera, cada Carnaval.

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Luis Mateo Díaz reunió en su libro La ruina del cielo la memoria viva de los muertos de La Ciana y Villablino, un obituario que nos hace presentes a los otros, los aparentemente ausentes.

Ser consciente de vivir donde antes vivieron otros es una invitación continua a reflexionar sobre la certidumbre de estar de paso, alojados en un espacio, que aunque emocional y jurídicamente nos pertenezca ahora, antes fue y será de otros.

En el mundo de Pedro Páramo (Juan Rulfo) o en el Macondo de García Márquez, los unos y los otros entran y salen en el mismo plano de una realidad vivida sin que haya prelación entre los que viven al uno o al otro lado de la puerta. A medida que la edad nos gana, el mundo de los otros aumenta su censo y presencia en detrimento de los vivos. Y la realidad se desdobla para acogerlos como el horizonte sobre el espejo de agua. Cuando John Huston tuvo más amigos muertos que vivos, retornó a su Irlanda natal para rodar Dublineses (basado en Los muertos de James Joyce), que sería su testamento artístico y personal, ante una muerte que sabía próxima. Hoy, domingo de Carnaval, no es el mejor día para hablar de doña Cuaresma en vez de don Carnal, pero nada es más importante esta semana que haber perdido a Kiko Galeote, un hombre bueno y cabal, que ha consagrado su vida a crear belleza, diseñando delicados objetos, bellos libros o sugerentes carteles. No hablaría de él si no fuera alguien de quien muchos gaditanos han disfrutado. Cádiz pierde con Kiko un artista que nunca se consideró tal, quizás porque su generosidad siempre le hizo entregar su arte a los clientes que antes que nada éramos sus amigos.

Lo que salía de sus manos siempre iba más allá de la obra original. Pero él nunca quiso dar un paso al frente, siempre estuvo en segundo plano, discreto, cariñoso y atento. Tenía su jardín secreto entre los roqueos de Conil y la torre de Castilnovo, en la playa del Palmar. Allí lo encontraremos siempre, metido en el mar y mirando el horizonte.