Por senderos más luminosos
American Music Club publica su disco más plácido y conciliador sin que se resienta su percepción de la vida
Actualizado: GuardarCómo pasa el tiempo: los 90 ya son historia. De hecho, ya están siendo habituales las reediciones extendidas de algunos de los discos supremos de aquella época en la órbita del rock independiente: cruciales títulos de Sonic Youth, Pavement o Sebadoh son tratados en el mercado con la magnitud que se merecen, pero aún quedan pendientes muchas otras obras meritorias de similar trato. Y entre éstas, no hay duda que habría que incluir algunas de Mark Eitzel en solitario o junto a su banda American Music Club.
Efectivamente, para muchos Eitzel representa una de las rúbricas esenciales en la música de los últimos quince años. Su turbadora rabia depresiva llena de candor espiritual ha significado un punto nuclear de influencia para muchas de las atormentadas mentes creativas que han venido a continuación: esa inestabilidad emocional que manifiestan sus composiciones, ese sello de descontento con su propio devenir (no en vano registra sus canciones en una editora que se llama literalmente He fracasado en la vida, I Failed in Life Music), esa incontenible furia que esconde su apacible silueta (servidor pudo presenciar una vez cómo destrozaba una guitarra tras una actuación que no fue de su agrado), son algo más que una postura artística tendente a la boutade. Escudriñando entre las canciones contenidas en California (1988), Everclear (1991) y San Francisco (1994), quizá los tres títulos más significativos de American Music Club, uno se siente partícipe de esa bipolaridad cabizbaja que da saltos de alegría a destiempo. Más retraída es aún la obra de Mark Eitzel en solitaro: en títulos como West (1997) y Caught In A Trap And I Can't Back Out 'Cause I Love Too Much, Baby (1998), es donde el autor desarrolla su vena melancólica más extrema.
Con un hálito menos incierto llega The Golden Age (Cookin' Vunyl-Discmedi, 2008). A los 22 años del debut discográfico de la banda, Eitzel perece querer darle una última oportunidad a la vida para encarar el futuro con un talante más positivo. Aunque afirma que el disco ha sido registrado prácticamente en una sola toma -«Lo hemos grabado como en vivo, sin overdubs. Nos pasamos un mes ensayando antes de ir al estudio con objeto de entrar con las canciones ya totalmente arregladas», asegura-, suena más pulido que ninguno de sus anteriores. Quizá haya influido a la hora de obtener ese sonido tan limpio, su actual pasión por el pop: «Amo la música pop por su sencillez; me gustaría que la gente escuchara una y otra vez el disco sin cansarse». Esas proposiciones llenas de inmediatez y vivacidad se han traducido en un sonido despejado y sedante que acude a la delicadeza como pauta de seguimiento. Las sutiles armonías vocales de Who You Are, la ingrávida guitarra que abriga el recitado en The Windows of the World o la desnuda guitarra acústica que sirve de apertura y línea base a On My Way son las constantes de un álbum que aparca por momentos la congoja para sacar partido de la belleza aunque ésta se encuentre a veces, como relata en la canción The Sleeping Beauty, adormilada.