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AL AIRE LIBRE

Sabiduría retórica

Decía el recordado Padre Cué en Como llora Sevilla, que esta ciudad sabía Teología sin saberlo, sin ser consciente quizá de ello. El jesuita veía ese conocimiento en lo múltiples detalles que componían el estilo y las formas de las cofradías en su Estación de Penitencia o en su vida pública, bien en los cultos, bien en las ceremonias de besapies y besamanos. Ahora podemos decir también que Sevilla, como tantos andaluces y españoles de honda sabiduría inconsciente, sabe retórica sin saberlo. No hay más que hablar con cualquier bajoandaluz, o pararse a contemplar la charla de dos en la calle, para darnos cuenta de tal aserto. La Retórica, ese arte antiguo y elaborado, habita en lo íntimo de muchas personas, al menos en su dimensión práctica, y sólo cabe esperar el momento oportuno para que aflore. Como vamos a tener ocasión de ver.

ENRIQUE VÍCTOR DE MORA QUIRÓS
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Ocurrió el pasado miércoles, durante el acto de homenaje al matrimonio Jiménez Becerril, en la calle Don Remondo. El alcalde fue increpado, hubo nervios y crispación, y, para colmo, ante la que se le estaba viniendo encima, al primer edil no se le ocurre otra cosa que empezar sin la hermana de Alberto y sin los hijos de los asesinados por ETA -ya la cosa venía calentita desde la omisión de la banda terrorista en la esquela-. Surgen los gritos y la acusación, lanzada como un dardo certero: «Estáis traicionando a España». De pronto, la mujer del alcalde, otrora lanzada de su irregular puesto de trabajo por Sentencia del Tribunal Supremo, reacciona y falla: claro, no se le ocurrió otra cosa que hacer valer su autoridad consorte, con una frase socorrida pero que lleva en sí misma su propio veneno para la autoinmolación: «Yo soy la mujer del Alcalde». Y en esto -lo hemos podido oír perfectamente en la radio- surge el retórico de siglos en los labios de una mujer, que exclama: «¿Huuuyyy, la mujer del Alcalde!». Imposible transcribir el gesto y la inflexión de voz, perfecta y medida, que acompañó a esa repetición (en la Teoría Retórica, Epanalepsis o Germinatio), pero se la pueden imaginar si deforman o alteran la voz en tono exagerado. El resultado fue retóricamente mortal. La alcaldesa consorte fue vencida en los terrenos del ridículo, por una voz del pueblo. Ese pueblo al que, ni aun en época electoral, escuchan nuestros políticos. Sean estos del color que sean.