Muerte digna
La mayoría de los médicos nos hemos alegrado al conocer la sentencia absolutoria de la Audiencia Provincial de Madrid a los facultativos del hospital de Leganés acusados de 400 posibles casos de homicidio por sedación irregular de enfermos en situación terminal. Tiene razón el doctor Luis Montes, el destituido coordinador del servicio de Urgencias de ese hospital y principal imputado, al afirmar que los responsables políticos de la Consejería de Sanidad de Madrid deberían pedir perdón, antes que a él, a los usuarios, no sólo del hospital Severo Ochoa, sino de toda la sanidad pública española, que ha recibido un golpe bajo de graves consecuencias. En efecto, en mi trabajo como médico he podido constatar en estos dos últimos años, y a raíz de la denuncia contra el doctor Montes, el temor de los facultativos a las reclamaciones por sedaciones irregulares indicadas a pacientes terminales, lo que ha provocado en muchas ocasiones que los enfermos mueran con más dolor y que su agonía sea más larga.
Actualizado:Médicos del hospital de Leganés me han referido terribles anécdotas de la situación creada por dicha denuncia, de personas que han llegado con un paciente anciano y que han mostrado su temor a que le fuera administrado al enfermo un tratamiento de sedación terminal sin su consentimiento o, por el contrario, personas que han llevado al servicio de Urgencias a su familiar con una enfermedad crónica en estadio avanzado esperando que se le administrara allí mismo una sedación terminal. En mi opinión, sería preferible no dejar en manos de nuestros familiares o de los médicos la toma de decisiones tan difíciles al final de nuestra vida, por lo que aconsejaría realizar de antemano el documento de Voluntades Anticipadas, donde se especifique claramente qué tipo de tratamiento deseamos recibir en el caso de enfermedad terminal.
Para aquellos que nos preocupamos por la formación de los jóvenes y por los problemas de una sociedad dominada por el relativismo, el optimismo es una buena terapia; tal vez por eso es uno de los valores que mayor interés ha despertado entre los investigadores de la psicología actual. La principal diferencia entre un optimista y un pesimista radica en el enfoque con que se aprecian las cosas; empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca apatía y desánimo. El optimista supone hacer ese mismo esfuerzo para encontrar soluciones, ventajas y posibilidades. La diferencia es mínima pero tan significativa que nos invita a cambiar nuestra actitud hacia la consecución de ese valor.
En general, parece que las personas más optimistas tienden a tener mejor humor, a ser más perseverantes y exitosos e, incluso, a tener mejor estado de salud física. De hecho, uno de los resultados más consistentes en la literatura científica es que aquellas personas que poseen altos niveles de optimismo y esperanza tienden a salir fortalecidos y a encontrar beneficio en situaciones traumáticas y estresantes. Pienso que puede ser importante nos tomemos con optimismo las situaciones difíciles. No obstante los que apoyamos nuestras actuaciones en la ayuda de un Ser superior (Dios) tenemos más facilidad para el optimismo, es así que sin afirmar que el optimismo tiene una base cristiana, los que vivimos con tal lo tenemos más fácil.
Mª Helena Vales-Villamartín Jerez