Opinion

La ciudadanía y la confianza

Lo que hacemos como ciudadanos es votar periódicamente a quienes nos han de representar: con el voto renovamos o retiramos nuestra confianza en quienes en las Cortes Generales representan o representarán al pueblo español. El sistema democrático es el menos malo de los conocidos porque permite que, sin violencia alguna, haya alternancia de poder. De las Cortes dimanará la mayoría que podrá formar gobierno si pasa afirmativamente por la sesión de investidura. En realidad, el procedimiento es sencillo y lo que retiramos o concedemos es confianza a unos candidatos para que durante cuatro años nos representen. Al votar a una lista de candidatos al Congreso de los Diputados o al Senado estamos indicando también a quien querríamos en La Moncloa. Eso es lo que haremos día 9 de marzo.

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Por delante queda el enojoso expediente de la campaña electoral. Karl Rove, asesor de Bush jr. y ahora retirado de la política de primera fila, enumera varias nuevas reglas de la política: ya no funcionan los grandes impactos en el proceso electoral; la publicidad en televisión tampoco pesa tanto como antes; la tecnología permite que un candidato recaude fondos con mucha rapidez por Internet; los debates aún sirven para recuperar terreno. Al mismo tiempo, algunas viejas reglas continúan siendo válidas: no basta con atraer a un parte del partido; hay que adaptarse o perecer; tienes que ganar pronto en algún punto o estar en el pelotón de cabeza; entrar en liza tarde no ayuda; disponer de mucho dinero no sustituye la realidad del atractivo personal; las ideas todavía importan.

No pocas de estas reglas pueden aplicarse al proceso electoral español, salvo aquellas que se refieren a financiación de la campaña. En general, todas tienen que ver con la confianza. Ese es el punto que en estos instantes inquieta más a los estrategas del PSOE. La confianza en la situación económica ha bajado muy significativamente y el terrorismo vuelve a ser una de las mayores preocupaciones de los españoles, después de que Zapatero hiciera concebir esperanzas sobre el final de ETA. Los datos más recientes del CIS son claros: el terrorismo y ETA en primer lugar como inquietud colectiva, después el paro y a continuación los problemas económicos precisamente cuando el discurso político de Zapatero ha venido consistiendo en edulcorar de formar extremada la situación de la economía española, minimizando las crisis y ofreciendo un futuro de esplendor sin matices. Pero la ciudadanía que tiene que votar en marzo percibe que la crisis es ya un hecho y ve el futuro con escaso optimismo: son síntomas de pérdida de confianza.

Se diría que el Gobierno socialista no calculó el efecto que tendría su talante de indiferencia ante la crisis bursátil que arrancó con las hipotecas basura norteamericanas y acabó erosionando el Ibex. Tanta falta de reflejos extraña. El optimismo contumaz hubiese merecido alguna corrección. Al fin y al cabo, una de cada diez familias españolas ha confiado sus ahorros a la Bolsa. Esas familias han sufrido notables pérdidas con la crisis bursátil, unas pérdidas que algunos cálculos cifran en unos ocho mil euros. Desde luego, a los gobiernos les compite evitar el pánico en la medida de lo posible pero algo hay que decir y hacer cuando, como ocurre en España, más de 11 por ciento de familias son pequeños accionistas. Casi un 9 por ciento está en fondos de inversión. Hay que decir que no pocas de estas inversiones han sido propiciadas por la pérdida de confianza en el sistema de pensiones. En concreto, un 29 por ciento de familias españolas ha recurrido a un plan de pensiones -de uno u otro modo también vinculados a la marcha de la Bolsa-. Está en juego la confianza en la gestión del futuro de cada ciudadano más allá de las vicisitudes usuales de la política. El ciudadano podrá distanciarse de la política pero seguirá detectando como un barómetro la inseguridad, el paro y la falta de confianza en la economía. Entre los rituales y los hechos, las crisis casi siempre obligan a confrontar lo real.