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Sociedad

Seres de prodigiosa armadura

Los secretos de los bichos, unas criaturas fascinantes con más prestaciones que el mejor ingenio humano y que seguirán en el planeta cuando ya no existamos

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Empecemos por el principio. La palabra bicho viene del latín bestius, que significa bestia, y se define como un «término impreciso que se aplica generalmente con valor despectivo a cualquier animal pequeño o grande». Pero el diccionario de la Real Academia Española, de inmediato, se arranca con otras acepciones del vocablo que me dan que pensar, a saber: «Persona de figura ridícula», «persona aviesa, de malas intenciones»

En efecto, si alguien me dice, «ese es un bicho» refiriéndose a otro individuo, no dudaré en alejarme de él. Sin embargo, al ver circular un envidiado vehículo de último modelo, también exclamamos con admiración: ¿vaya bicho!

Por otro lado todo bicho viviente está de acuerdo en que si lo que deambula por tu ensalada o asoma la tez verdosa y perpleja por un agujero de la manzana que te ibas a comer es un bicho, la reacción no va a ser de fervorosa acogida. Pero, paradójicamente de nuevo, entre los biólogos y veterinarios, por ejemplo, es común la utilización del término bicho como algo cariñoso al dirigirnos al objeto de nuestros estudios: «Es un paraíso salvaje, hay bichos por todas partes», podemos decir sin rubor. Tal vez por ello a menudo nos llamen, con dudoso cariño, bichólogos.

Sin embargo es deslumbrante que el concepto bicho abarque desde la criatura más grande que jamás haya existido, la ballena azul con sus 100 toneladas, hasta, por ejemplo, el escarabajo Nanocella, de 0,4 microgramos, más pequeño incluso que algunos organismos unicelulares como Paramecium.

Pero el más común de los significados de tan fascinante término, sin duda, se refiere a esa pléyade de seres mas bien diminutos y de morfologías que nos resultan ajenas, y a menudo repulsivas. Mucha gente utiliza, en tal caso, el término insectos, pero es incorrecto. Los insectos tienen, en estado adulto, seis patas, y no debemos confundirlos con, por ejemplo, los arácnidos, cuyas ocho patas les caracterizan.

Se me antoja que la palabra técnica mas parecida a bichos, tal vez sea artrópodos, pero estoy condenado al fracaso en esta defensa; no me imagino a nadie gritando «¿hay un artrópodo en mi sopa!» sin que vaya a ser tachado de pedantería galopante.

Los artrópodos son lo que los zoólogos llamamos un Filum (dividimos el Reino Animal en unos 33 Filums), y a él pertenecen aproximadamente las tres cuartas partes de las especies animales conocidas por el hombre. Los artrópodos son el cuerpo principal de los invertebrados (Articulata).

No se dejen impresionar, al final, bichos está bien dicho: criaturas fascinantes con más patas que nosotros, y eso sí, con la característica que más nos llama la atención: el exoesqueleto. Si los artrópodos (que significa pies articulados), pudieran ser más grandes, sin duda dominarían la tierra aún más de lo que ya lo hacen desde sus modestas masas corporales individuales. Nosotros, los Homo sapiens, como mamíferos que somos (unos más que otros) vivimos felices con nuestros endoesqueletos (somos Cordados junto a los peces, aves, anfibios y reptiles), o sea huesos, estructuras sólidas internas de sostén. En cambio ellos, nuestros queridos bichos, son blanditos y jugosos por dentro, pero con una prodigiosa armadura exterior de proteínas y quitina. Sí, ello contribuye en gran parte a su mala fama, por ese crujido inquietante que precede al derramamiento de fluidos cuando los pisamos.

Aquel de nosotros que piense que su vida no depende enteramente del trabajo de los bichos del planeta, está en un error. Algunos datos tal vez nos lo aclaren. Si todas las abejas y abejorros iniciaran una imaginaria huelga de antenas caídas, sin su trabajo de polinización el planeta no tardaría en cambiar radicalmente, desapareciendo bosques y paisajes tal y como los conocemos. Las termes (mal llamadas termitas): sin su labor morirían las sabanas africanas. Los escarabajos: el suelo sería una inmensa bosta de heces de rumiante, vamos que el mundo sería una mierda sin ellos. No me caben en este artículo tantos ejemplos como hay, pero trataremos de irlos conociendo en semanas sucesivas.

El lado oscuro de los bichos también existe, por supuesto; el animal más peligroso de África no es el león, sino el mosquito Anopheles, transmisor de la malaria o paludismo. Las mismas abejas matan a diez veces más gente en el mundo cada año que los tiburones, por ejemplo. De lo que no cabe duda es de que vamos a disfrutar mucho conociendo los secretos de los bichos, unos seres fascinantes con más prestaciones que el mejor ingenio humano, y que sin duda, seguirán aquí cuando nos hayamos ido del planeta.