El carro de Manolo Sanlúcar
En el Teatro Central de Sevilla, Manolo Sanlúcar, el pasado martes, tocó la guitarra con el corazón y las tripas. Sus entrañas se notaron, especialmente, desde la primera frase de La Piedad, una pieza inspirada en la pintura del sevillano Rafael Romero Ressendi y que, como él mismo dijo, habla mucho de sus dolores. Los del músico sanluqueño tienen mucho que ver con la reciente perdida de su hijo que, frente al conformismo al uso, le llevó a repetir una palpable evidencia: «Yo ya no tengo nada que perder».
Actualizado: Guardar«Mi hijo se marchó y se llevó con él cuanto yo era, y al escuchar abúlico la voz de quien me invita a mi reconstrucción, miré dentro de mí y vi a mi padre, y al observarlo, me vi a mí mismo, y entonces supe dónde dejarme ir... Desde que se fue y mientras el tiempo camina lentamente, su imagen se acrecienta en mi sentir angustiando la espera que a él me lleve».
Así escribe este impresionante e imprescindible Manuel Muñoz Alcón en su libro El alma compartida, al que Juan Manuel Suárez Japón no supo encasillar cuando le preguntó al respecto el editor, Manuel Pimentel: «No, no es una biografía. Tampoco es un libro de pensamiento a la manera de Theillard de Chardin, aunque también lo sea».
En sus páginas, impresas por Almuzara, el lector percibe una seria decepción y desesperanza respecto al pueblo, más allá de los sueños colectivos que en otro momento mantuviese. Pero también refleja una cierta continuidad en el tiempo, un linaje de las emociones que, en gran medida, le relaciona con su propio padre, aquel panadero con quien todavía Manolo Sanlúcar sueña parecerse.
Por ello, también le dio el título de El alma compartida, al concierto con que Manolo Sanlúcar abrió el ciclo Flamenco viene del sur, que la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco promueve en la capital de Andalucía pero ya también en otras ciudades y que esta vez alcanzará a Cádiz. Más que un recital, su puesta en escena apostó por una amigable complicidad con el público al que intentó trasladar a la intimidad de su propia casa, lejos del convencionalismo al uso: «No puede ser que te digan: a las nueve de la noche, usted tiene que tocar. Esto hay que cambiarlo».
Escoltado por David Carmona como segunda guitarra, con el rajo catedralicio de Carmen Grilo y la preciosista percusión de El Poti, Manolo Sanlúcar viajó durante hora y media por melodías entresacadas de sus dos principales biblias discográficas, Tauromagia y Locura de brisa y trino, la piedra angular y su mayor testamento musical hasta hoy, una aproximación esta última a la poesía y al universo de Federico García Lorca en el que no hicieron falta palabras para escribir una carta a doña Rosita La Soltera.
El colofón estribó en el estreno de dos de sus nuevas composiciones. Junto al luto riguroso de La Piedad, Manolo Sanlúcar se apiadó de su público y de sí mismo para despedirse con el alegre soniquete de La danza de los pavos, un nuevo homenaje al pincel del pintor sevillano Romero Ressendi: «Su padre era médico en Sanlúcar y tocaba la guitarra», evoca el músico, el hijo del panadero, el compositor audazmente laberíntico: «Aquí hay quienes tiramos del carro y quienes van encima, dormidos».