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Editorial

Los 40 años del Príncipe

El Príncipe Felipe cumple hoy 40 años, vividos en gran parte como un prolongado e intenso período de preparación como heredero de la Corona. Consciente desde su niñez del papel que podía corresponderle en el futuro pero, sobre todo, de la relevancia que su persona adquiría en cada ocasión, Don Felipe ha sabido conectar en todo momento con una ciudadanía que ha tenido y tiene en el Rey, su padre, la referencia que simboliza la etapa más libre y próspera de nuestra historia. La carencia de una previsión constitucional que fije las funciones institucionales del Príncipe nunca ha sido óbice para que, especialmente en los últimos años, su presencia pública acompañando a Juan Carlos I o representándolo en el exterior haya cobrado peso, estrechando los vínculos entre la Monarquía y el conjunto de los españoles en toda su diversidad y contribuyendo a proyectar la imagen más actual de España. La amplia y minuciosa formación académica recibida enlaza con toda naturalidad con la personalidad inquieta y responsable del Príncipe, informado como el que más e interesado en los cambios sociales y en las transformaciones culturales de un mundo global, cuyas vicisitudes y retos se sitúan en el primer plano de las preocupaciones del Heredero. Pero en el aprendizaje de Don Felipe destaca sobre todo la coincidencia de su propia vida con la peripecia democrática de una España que ha experimentado en las últimas décadas una transformación colosal y que, gracias a su propia generación, está protagonizando un vigoroso crecimiento hacia el mañana.

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El hecho de que el Príncipe haya llegado a la edad que simboliza la madurez como esposo de Doña Letizia y como padre de las infantas Leonor y Sofía llena de satisfacción a una sociedad que así ve garantizada la sucesión. Es indudable que la ciudadanía identifica en la presencia pública del Príncipe, siempre sobria, amable y segura, la impronta personalísima del Rey que, recién cumplidos los 70 años, continúa encarnando al Monarca que hizo posible el restablecimiento de la democracia y propició la convivencia que la inmensa mayoría de los españoles anhelaba. Esa identificación constituye una de las bases más sólidas sobre las que se asienta la Corona, y sobre la que asegura su continuidad.