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ANÁLISIS

A contrapelo

Da igual que el estereotipo del moderno héroe norteamericano no sea ya un musculoso mercenario de las compañías especiales con exceso de testosterona y superabundancia de belicosidad anticomunista. Y también importa poco, claro, que el actual enemigo no sea ya un bisnieto de Ho Chi Min, sino un primo hermano de Bin Laden que no habita precisamente en la jungla camboyana.

ENRIQUE PORTOCARRERO
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Porque el cine y su negocio admiten lo imposible, como por ejemplo la nueva reencarnación del inefable John Rambo, ahora a contrapelo de la física y la realidad geoestratégica, luciendo como siempre su barato idealismo de lone rider y hasta su inexpresiva mediocridad interpretativa. Lo admite, desde luego, porque mientras aguanten la taquilla y el mercado, la saga se repite cansinamente, como si la modernidad no existiera o como si un día tocara Rambo y al otro Rocky Balboa. Eso sí, Rambo ya no busca la liberación de los desaparecidos en Vietnam, sino el respaldo de misioneros y voluntarios civiles, algo más en consonancia con la sociología de la globalización.

Con todo, los cincuenta millones de dólares gastados en la última producción de Rambo tienen cada vez mas riesgo y menos sentido, a no ser que Hollywood acabe por reconvertir a Stallone y a su Rambo en un híbrido de cine, cómic y juego de ordenador, al estilo bufo del Capitán América o Spiderman.