opinión

Leche Picón | Y ahora, el carnaval, je, je, Juan Pedro Cosano

Llegando estas fechas, en que chirigoteros y comparsistas ya se mueren de gusto ensayando sus popurrís, sus cuplés y demás fanfarrias, siempre me han entrado unas ganas locas de dedicarles una gacetilla como ésta. Hasta ahora -porque me conozco- he sabido resistir la tentación, porque sé por donde van a ir los tiros. Pero hoy, ya bien entrada la mañana del Domingo, y después de una semana tan ajetreada, no tengo esbozada idea alguna para este artículo (he estado un rato pensando en las palabras de Rubalcaba, cuando ha dicho que «Cádiz ya sabe adonde va», y he estado meditando si dedicarle el opúsculo, pero como la susodicha frase también me ha sonado a Carnaval, he regresado al plan originario), decido asumir el riesgo, así que me lío la manta a la cabeza y sea lo que Dios y don Javier Benítez quieran.

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A mí, lo siento mucho, lo del Carnaval de estos lares (no la fiesta en sí, sino su exteriorización plástica y literaria) me parece una absoluta ordinariez. Una zafiedad propia de esos pueblos de España en los que la fiesta principal consiste en tirar a una cabra del campanario de la iglesia, o en ponerle antorchas en las astas a un pobre torito o en lanzarse tomates hasta que dejan las calles como si fueran un matadero ensangrentado. Fiestas andaluzas de Carnaval que nada tienen que ver con la elegancia, las prestancia y el señorío de Carnavales de otros lugares como Río, Venecia o Tenerife. Y todavía puedo entender el de Cádiz, por aquello de que fueron los creadores de esas carnestolendas ahítas de coplas chabacanas, disfraces vulgares y comparsas melodramáticas en las que con voces altisonantes pretenden desgranar una filosofía rayana en lo irrisorio. Lo que no puedo comprender es el empeño de otros pueblos y ciudades en copiar ese tipo de fiestas que, en dejando atrás el puente de Carranza, ni constituyen tradición ni encajan en su propia idiosincracia.

Y, entre todos los plagiarios, a los que menos entiendo y soporto son a los de nuestra Ciudad. Plagiarios de nuestra Ciudad que llevan un par o tres de décadas empecinados en trasplantar a nuestras calles el «modus operandi» gaditano haciendo oídos sordos al desprecio y al desdén con que la mayoría de los jerezanos observa sus descabellados propósitos. Y ahí siguen, empero, con su par de comparsas, sus tres chirigotas y algún que otro patético cuarteto, sosteniendo sus razones en el hecho de que son miles de jerezanos los que salen a ver su cabalgata, sin tener en cuenta que, en primer lugar, esos asistentes van a «ver» (cuando no simplemente a cachondearse) y no a «participar», y que, en segundo lugar, este pueblo nuestro, si es gratis, es capaz de lanzarse a la calle hasta para ver un auto de fe o la violación en masa de una gallina. Verbigracia.

Respeto, por supuesto, a quienes les guste el Carnaval. Como respeto a quienes les gustan los sanfermines. Pero al igual que hay jerezanos enamorados de estas últimas fiestas y lo que hacen es irse a Pamplona el siete de Julio y no empeñarse en soltar una manada de toros por Larga y Porvera, lo que han de hacer los chirigoteros nuestros es irse a Cádiz con su disfraz y sus coplas a vivir sus Carnavales y no obstinarse en copiar la fiesta en nuestras calles. Que ya tiene bastante Jerez con su Feria de mayo y restantes jaranas como para que inventemos más alborotos. Y que sepan que las únicas fiestas dignas de ser llamadas por tal nombre son las que no obligan a los amigos, a la mañana siguiente, a mirarse avergonzados.