PROLE NUMEROSA. Miembros de la familia El-Ghol en su casa. Burlar el hambre es su mayor preocupación.
MUNDO

Nueve bocas y un solo plato

En los barrios más pobres de Gaza hubo quien no aprovechó la brecha fronteriza para cruzar a Egipto en busca de alimentos: no tenía con qué pagarlos

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Nadie de la familia El-Ghol ha ido estos días a Egipto. Ni siquiera para intentar hacerse a buen precio con un poco de leche en polvo y dar de comer a la pequeña Farah, que lleva veinticuatro horas tomando azúcar disuelto en agua con migas de pan. El padre, Mohsen, un parado de 43 años, hunde el rostro entre las manos con pesar cuando el abuelo, un imán piadoso, risueño y algo fundamentalista, rebusca a fondo entre sus faldones pulcros pero deshilachados, y extiende la mano mostrando un par de monedas. «Esto es todo lo que tenemos ?se encoge de hombros? ¿a qué vamos a ir a Egipto?». Son once shekels. Al cambio, no daría ni para dos euros.

En esta casa del barrio destartalado de Sheik Radwan, Ciudad de Gaza, los números son muy importantes, porque nunca cuadran. Esta semana, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU volvía a contarle al mundo entero que el 79% de las familias de Gaza están sumidas en la miseria, pero aún así, la estadística provoca una carcajada amarga al abuelo. «¿Qué dicen, que estamos por debajo de la línea de la pobreza? Mire usted alrededor: aquí estamos por debajo de la línea de la vida».

Una familia humilde

Y lo que uno ve alrededor es una madre joven con un bebé en brazos, la imagen bíblica de una mujer humilde rodeada de niños despeinados de ojos grandes, que hace rato que lucha por esconder su zozobra detrás de su dignidad palestina. Porque se acerca la hora del almuerzo, tiene tres extraños en el salón -la periodista, el intérprete y un fotógrafo- y sólo medio kilo de hígados de pollo congelado que cocinar.

Ulfat, que se casó con su primo Moshe hace cinco años, cuando el hombre enviudó, hace cálculos mentales a la vista de su numerosa familia: Rami, diecinueve años; Mahmud, dieciocho; Srah, dieciséis; Saara, catorce; Mohammed, cinco y medio. Son todos ellos hijos de su marido, y a éstos hay que añadir su niña Marah, de cuatro años, y el patriarca: en total, nueve bocas y un solo plato guisado con cebolla. La pequeña Farah no cuenta, aún no mastica.

«Antes vivíamos como reyes», suspira el abuelo. Se refiere a la etapa en la que su hijo Moshe trabajaba en un taller de coches de Tel Aviv. Fue el momento en el que compraron los sillones y la lavadora que ya no lava. Pero esa etapa de relativo desahogo se acabó en el año 2000, cuando una angina de pecho y la enfermedad de su primera mujer le obligaron a quedarse en Gaza, donde abrió un negocio propio, también de reparación de vehículos, que no pudo sostener. Ejerció después como taxista por cuenta ajena e hizo algunos cursos pagados por los servicios de limpieza de la Municipalidad, que ya se han acabado. Y con el fin de los cursos, se evaporó también la fortuna de 275 dólares (196 euros) que cobraba al mes.

Se acabó, como todo lo demás. También el taxi: la crisis desatada en el territorio a partir de junio, tras el asalto al poder de Hamás y el consiguiente bloqueo impuesto por Israel, convirtió los paseos en coche en un lujo impagable para los habitantes de Gaza.

«Vivíamos como reyes»

«Antes vivíamos como reyes», repite cansino el viejo. Pero eso era antes, claro. Antes de que él mismo tuviera que ir a su mezquita de Dei Taqwa y empezar a recordar a sus conocidos la obligación piadosa del islam de practicar la ayuda al prójimo. Y de que empezara a llegar con cuentagotas a sus bolsillos la caridad que sostenía la supervivencia de toda la familia: hasta hace siete u ocho meses, unos 600 shekels al mes. Poco más de 100 euros. En estas fechas no recibe ni 400 shekels (71 euros).

La felicidad tenía antes también la forma de los sacos que la madre echa de menos en la cocina. Los que les entrega cada seis meses la Agencia para los Refugiados de la ONU. En la casa de los El-Gohl no opinan de política ni para reprochar. «Esto se ha venido abajo por los gobiernos?», afirma el padre de familia. «Aquí no sabemos nada de política, sólo de religión? corta raudo el abuelo. «Dios es sabio y resolverá el problema, lo que ha escrito Dios para nuestras vidas va a suceder».