Volver a pensar en pesetas
Una jornada virtual en la vieja moneda puede resultar impactante para la mayor parte de las personas que no han conseguido adaptarse al euro
Actualizado: GuardarPUEDE producir mareos, incluso convulsiones, dolores de cabeza, vértigos e incluso episodios de desorientación espacio-temporal. Volver a pensar en pesetas en pleno año 2008 en cualquier punto de España, sencillamente, puede ser perjudicial para la salud.
La mayor parte de las previsiones pesimistas que se hicieron en el año 2001 sobre la implantación del euro, al menos en lo que al comportamiento de los ciudadanos se refiere, se han cumplido con rotundidad. Una parte de la población, aquellos que en enero de 2002 ya estaban entraditos en años o simplemente en una adolescencia muy avanzada, aún añoran aquellos billetes verdes de 1.000 pesetas y aquellos marrones de 100. Los morados de 5.000 también, aunque eran más difíciles de ver.
Salga usted a la calle y vuelva a vivir en pesetas durante un rato. Dese el gusto, pero adopte precauciones. Piense, de antemano, que es un sueño, quizá un mal sueño pero sólo pasajero. Si hay quien paga dinero por ver una película de terror, ¿por qué no pasar un mal rato, gratis, volviendo a pensar en pesetas? Una información previa, para que pueda darle un toque riguroso a ese viaje en el tiempo: La inflación acumulada desde el año 2001 hasta diciembre de 2007 es el del 25,5%. En síntesis, algo que en aquel año valía 100 pesetas, ahora debería costar en torno a 125,5 pesetas, si únicamente se hubiesen aplicado a ese producto los incrementos anuales del IPC.
La primera, en el café
Comience por lo sencillo, tómese un café con leche en el mismo sitio de siempre. A ser posible en la cafetería en la que lo solía hacer en el año 2001, cuando la peseta aún era de curso legal. ¿Zas!, primer sopapo. Lo normal, por ejemplo, es que lo que antes valía 100 pesetas ahora ronde el euro, en el mejor de los casos. Si le añade algo de comer, se le puede cortar la digestión. Puede rondar los 3 euros, vamos casi 500 pesetas por un desayuno. «Cielos, menos mal -pensará usted- si me llego a descuidar y pido una tostada hago el día. Vamos, que hubiese tenido que pagar con la tarjeta de crédito porque seguro que no llevaba dinero suficiente en el bolsillo».
Pues tranquilo. Aún no ha experimentado alguna de las experiencias más fuertes de la jornada. Después de pasear un rato por el centro de la ciudad, decide mitigar la sed. Como ya se ha pegado un susto con el café, decide ser prudente. Nada de sofisticaciones, ni bebidas isotónicas o refrescos de moda. A lo tradicional. Agua, que es lo mejor para la sed. Dependiendo donde acuda, sino se lo piensa mucho, el euro puede caer de nuevo. ¿Algo más de 166 pesetas por un botellín? ¿Si por eso antes comparba varias botellas de litro!
«¿Era agua de Lanjarón!», se repite usted ya un poco sonado por tanto golpe al bolsillo, descartando cualquier duda que pudiera sobrevenir sobre la posibilidad de que le hubiesen servido una de esas modernas aguas de diseño.
Un susto tras otro
Comienza a pensar que va a ser necesaria una visita a la sucursal del banco para pedir un cambio en la tarjeta de crédito y explorar la posibilidad de hacerse con una de 'clase oro'. El mundo se ha debido volver loco.
Punto y final a los paseos, que dan sed y mitigarla sale por un pico. Usted ha decidido sacar el coche del garaje y enfilar camino del centro comercial. Mañana es día de fiesta, es su cumpleaños y ha convocado a sus cuatro hijos, a sus mujeres y a los tres nietos a una multitudinaria comida familiar. Hay en su cara un rictus de preocupación. Tiene razones para ello. Después del café y del agua, no se fía de nada ni de nadie. El pitido del control electrónico de su automóvil le saca de sus pensamientos para volver a la realidad. La imagen iluminada de un surtidor en el salpicadero le pone en guardia. Hay que entrar en la gasolinera a reponer combustible. Mientras sostiene usted la manguera se distrae mirando los precios. Inevitable, se le ha caído la manguera y se ha rociado el pantalón con una buena 'chorretada' de gasoil. El panel informativo no miente. Lo que usted le pone al coche cuesta ¿173 pesetas el litro! Inmediatamente maldice usted a ese compañero de trabajo que un buen día le dijo que se comprase un coche diésel...
¿Un billete verde!
Siente que si hace la compra completa le va a dar el infarto, así que opta por llamar por teléfono a su mujer y le traspasa el 'marrón'. «Cariño -dice en tono conciliador- yo me encargo del pan, tu compra el resto». A propósito, sólo ha asumido la responsabilidad de comprar lo barato. El ataque de ingenuidad le durará poco. ¿Zis, zas!, otro sopapo. Empezando por 0,80 o un pelín menos, otro 'viaje' para el bolsillo!. Eso ya le deja pocas ganas para alegrías, pues si se le antoja un dulce, vaya preparándose.
«¿Se acabó, ni un minuto más!», grita en pleno aparcamiento de la zona comercial para despertarse de ese sueño de un día virtual en pesetas. Y eso que ha decidido no pensar en cuánto le cuesta el aparcamiento. Acaba de descubrir que, a veces, los gobernantes dicen la verdad. Se vive mejor en euros. Tiene razón Pedro Solbes cuando asegura que no tenemos ni idea de lo que vale.Y, la verdad, mejor no enterarse. En la ignorancia, se vive mucho más feliz.