Jerez

Pasiones edulcoradas

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ALLE PORVERA Ya no existen malos malísimos como el temible Heattcliff, de Cumbres Borrascosas, cuyo infinito e irracional amor por Catalina era casi comparable al odio y al desprecio que sentía por el resto de la humanidad. Aunque su personaje pudiera despertar toda clase de iras, lo cierto es que a nadie dejaba impasible ese huracán de sensaciones a punto de explotar que representaba su personaje de villano enamorado. Una pasión desmedida que podía compararse a otras como las de los eternos amantes Romeo y Julieta, la irresistible y controvertida personalidad de Cleopatra con su ambición desmesurada y sus delirios de grandeza, o la adoración sin tregua y de perro fiel de Florentino Ariza. Este pequeño gran hombre fue capaz de aguardar una vida entera en El amor en los tiempos del Cólera para disfrutar de su particular pasión, que no hizo sino alimentarse a lo largo de las décadas frente a la indiferencia de su objeto de deseo. A pesar de que se trata de pasiones llevadas al extremo, de realismo mágico en su más honda dimensión y de personalidades del todo excéntricas, algunas de las cuales incluso llegaron a existir, no puedo evitar echar de menos esos personajes tan intensos. Con sus grandes luces y sus múltiples sombras, todos han tenido la capacidad de no pasar desapercibidos ni hacer que su huella desaparezca. Ya no recuerdo el nombre del protagonista de El Código Da Vinci, ni me hacen despertar de mi a menudo letargo intelectual las novelas de amor de la época en la que estamos sumergidos. Cómo olvidar, sin embargo, esa saga de magas blancas y mujeres inigualables que La Casa de los Espíritus añadió al bagaje emocional de mi vida, cuya presencia y olores he podido sentir incluso sin haberlas conocido.