La luz en los tiempos de guerra
El fotógrafo jerezano Emilio Morenatti muestra en el Museo de Cádiz las imágenes más impactantes de su carrera
Actualizado:Cuántos rostros caben en una vida? ¿Cuántas vidas en el visor de una cámara? ¿Cuántas historias entran en un clic de obturador? ¿Cuánto dolor puede absorber y exhalar una imagen? ¿Cuánto desconsuelo? ¿Cuánta pena? El fotógrafo jerezano Emilio Morenatti es uno de esos profesionales que busca respuestas en el relato fugaz de cada instantánea; que no se conforma con la lectura superficial de una realidad normalmente múltiple y definitivamente extraña, compleja; que apunta al centro de la existencia sin mixtificaciones ni paños calientes. Aunque a veces -la mayoría de las veces- esa realidad duela. Por eso, a pesar de su juventud, Morenatti es ya un referente internacional del fotoperiodismo crudo, el que se construye sobre las personas, víctimas y verdugos, a escasos centímetros de la acción, capturando la angustia en el espectro limitado de su gran angular.
El Museo de Cádiz ofrece, desde ayer, la posibilidad de adentrarse en el universo sorprendente de un testigo que ha sabido hacer poesía con los mimbres tétricos de la desolación, con la geometría caótica del desastre y con la luz feroz que emana del rostro quieto de cualquier cadáver.
Las más de 60 imágenes cazadas en Palestina y Afganistán, y ordenadas en esos dos grandes bloques, han llegado a la ciudad de la mano del Centro Andaluz de Fotografía, dirigido por el también gaditano Pablo Juliá. «Desde que vi los primeros trabajos de Emilio supe que llegaría lejos», recordaba ayer Juliá. «Cuando otros se dedicaban a teorizar y teorizar sobre la profesión, él defendía una máxima simple pero arriesgada: si la foto no es lo suficientemente buena es porque no estabas lo suficientemente cerca».
Desde esa filosofía resuelta y aventurera, es fácil entender la esencia de sus imágenes, descubrir en ellas la intención obstinada de convertir en arte los ojos vacíos de las mujeres afganas; el cuerpo lánguido, deshabitado, de algún miliciano muerto; el grito áspero del mujahidin; el horror preciso, inapelable, que toma Oriente Medio y su extensa geografía de la devastación.
El bloque dedicado a Afganistán guarda reminiscencias bíblicas. Desiertos bellos y armónicos en los que se desarrolla un modo de vida casi medieval. El que se centra en la guerra palestina habla de luchadores rudos y miradas esquivas, de bombas, entierros y silencios. Ambos comparten esa lectura poética de la imagen que requiere, según Juliá, de «una serenidad inaudita: de una increíble sangre fría para componer y estudiar, por ejemplo, la luz en mitad de una guerra». dperez@lavozdigital.es