Sin asesores ni portavoces
HUBO un tiempo histórico en el que los periodistas hablábamos con los políticos. En ocasiones, eran ellos los que nos buscaban, y en otras era al contrario: la gacetillería se hacía la encontradiza con los cargos públicos en los lugares más sorprendentes, como en un bar de copas o en una sala de bingo.
Actualizado: Guardar Una noche de aquellos años hizo escala en Sevilla (procedente de México DF), aunque su destino era El Cairo, el recién fallecido presidente de México, José López Portillo, con el propósito de cenar en un céntrico hotel de la capital andaluza con el entonces presidente de la época, Adolfo Suárez, con la intención, por parte de Portillo, de que el mandatario español le aleccionase sobre la milagrosa transición española (más milagrosa que nunca contemplada desde la realidad actual).
Tres colegas nos presentamos en el lujoso establecimiento, pero la dirección del hotel nos impidió el acceso a la estancia donde cenaban los mandatarios, así que decidimos llamar a una glamorosa compañera y ponerla al corriente de la situación. De inmediato llegó la hermosa colega que con, absoluto desparpajo, se introdujo en el comedor en el que cenaban los próceres, y ambos, al contemplar a la muchacha, la invitaron, entre la sorpresa y las dudas, a que se sentaran con ellos. Pero antes de que pudieran reaccionar ya estábamos los tres compañeros dentro de la estancia.
Les arrancamos a los dos jefes de gobierno varias frases más o menos insustanciales pero contamos la historia de la infantil emotividad carnal de ambos.
Hoy, posiblemente, los respectivos servicios de seguridad hubiesen disparado sobre nosotros, sin más. Porque así están las cosas. Viajábamos junto a los candidatos en las campañas electorales, y de noche nos jugábamos la pasta con ellos en una timba. Y no había asesores, portavoces o jefes de imagen haciéndonos la puñeta. Lo extraño es que, en la enorme burbuja burocrática en la que sobrevive la vida política, todavía queden informadores a la caza de historias, medias verdades, recelos, contradicciones y ambigüedades sin fin. Pero no desesperen. En unos años más, aún será peor.