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ESPERADO REGRESO. Juan Muñoz posa en la Tate Modern, en 2001. / AP
Cultura

El hombre desubicado

La Tate Modern homenajea a Juan Muñoz, una de las figuras esenciales en el proceso de renovación de la escultura contemporánea española

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Siete años después, Juan Muñoz (1953-2001) regresa a la Tate Modern de Londres. El escultor falleció, víctima de un aneurisma, cuando tan sólo habían transcurrido dos meses desde la inauguración de su espectacular montaje Double blind, desplegado en la Sala de las Turbinas del espacio contemporáneo británico, y se preparaba una antológica en Estados Unidos. La súbita muerte truncó la trayectoria de uno de los artistas españoles de mayor proyección internacional, reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en el 2000. A partir del próximo jueves, la última institución en la que expuso le dedica la mayor retrospectiva celebrada desde su deceso.

La muestra comprende unas noventa obras, algunas inéditas, dibujos y varias de las piezas sonoras realizadas en colaboración con el compositor donostiarra Alberto Iglesias -de actualidad por su candidatura al Oscar a la Mejor Banda Sonora por Cometas en el cielo- y el inglés Gavin Bryars. Entre las creaciones que se pueden contemplar cabe citar Many Times, The Prompter o Conversation Piece, una de las más reconocidas, además de la serie Raincoat drawings. La exposición llegará a España a finales de mayo, concretamente al Museo Guggenheim, que la ofrecerá a sus visitantes a partir del día 27.

La figura de Muñoz y la relevancia de su propuesta se hallan íntimamente ligadas al proceso de renovación de la plástica española llevado a cabo a finales del siglo XX. En el caso de la escultura, el auge tuvo lugar en los setenta y, sobre todo, a lo largo de la década posterior, y en él participaron autores como Cristina Iglesias, su esposa, Miquel Navarro, Susana Solano, Eva Lootz, Sergi Aguilar, Francisco Sinaga o Pepe Espaliú, también desaparecido a temprana edad. Frente al anterior magisterio de Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, nuevas generaciones, la mayoría de sus miembros con estudios en el extranjero, elaboraban propuestas eclécticas, ligadas a las corrientes contemporáneas, que homologaban el devenir de la plástica española con el europeo o norteamericano y evidenciaban el cosmopolitismo de los jóvenes autores.

Tras cursar la carrera de Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid, la formación de Muñoz prosiguió entre la capital inglesa, donde acudió a la Central School of Art and Design y la Croydon School of Art and Technology, y Nueva York, ciudad a la que llegó con una beca Fulbright para asistir a la Pratt Graphic Center. Además, en Norteamérica conoció a Richard Serra y trabajó como ayudante para Mario Merz. Mientras sus coetáneos se decantaban por una novedosa utilización de la materia, la incidencia en la utilización de diversas texturas o la alteración de los formatos y dimensiones tradicionales, el legado del autor homenajeado se halla vinculado a su particular visión de la obra siempre en relación al espacio, generalmente construido y que propiciaban significados ligados íntimamente al lenguaje escenográfico. Su apuesta resultaba original dentro del propio colectivo de renovadores, puesto que establecía un puente entre la iconografía clásica y las nuevas tendencias.

Las críticas

Pero la clamorosa aceptación obtenida por su trabajo no resultó unánime. También concitó algunas críticas adversas que le achacaban, entonces, su apuesta por la denostada figuración. Sin duda, se trataba de una apreciación muy superficial. Muñoz se definía a sí mismo como un contador de historias. El creador acude a la tradición, se nutre de la literatura y alude a De Chirico o Giacometti para componer una obra de profundo sentido narrativo, ambición conceptual y vocación existencialista.

Su labor se despliega en complejas instalaciones en las que no cabe separar al sujeto, indiscutible protagonista de su discurso, de un entorno gélido, ni tampoco olvidar el sentimiento de vacío que impregna al habitante de un mundo en el que escasean las referencias básicas y los sólidos anclajes. El hombre, su soledad en medio de la multitud, la incomunicación, la desubicación, en suma, se convierten en cuestiones habituales que animan los sucesivos proyectos. Los personajes se asoman desde balcones para contemplar el vacío o vagan por salas desiertas. Unos y otros parecen contemplar esa falta de certezas y reconocer la angustia. También, en esa incertidumbre, se advierte la representación de esa frágil barrera que separa la cordura de la locura. No menos inquietantes resultan sus dibujos, fotografías o acciones, textos musicados en los que presta la voz el propio autor o se reconoce los parlamentos de John Malkovich o John Berger.