El desdén
Inmerso en el delirio de los más rancios tópicos nacionalistas, alguien se inventó el disparate de que la fiesta de los toros carecía de tradición en Cataluña. No contento con proclamar tan manifiesta ignorancia histórica, también decidió, unilateralmente, declarar a Barcelona como ciudad antitaurina. Ignominia totalitaria, cuyo ensañamiento político ha conseguido que de 46 cosos taurinos que existían en Cataluña en 1998, se haya pasado a sólo 5 desde el año 2002.
Actualizado: GuardarPara defender a la fiesta de estos desmesurados ataques se erigió una Plataforma para su defensa que, bajo la dirección de Luís Corrales, se propuso difundir en la sociedad la prolija raigambre cultural de la corridas de toros, al tiempo que velar por la pureza y verdad de la fiesta para que ésta mantenga vivos los peculiares valores que le son inherentes. Sin embargo, este loable esfuerzo no ha encontrado la respuesta esperada en los anquilosados estamentos de profesionales taurinos. Porque el taurinismo oficial sólo parece interesado en obtener rédito inmediato de su privilegiada situación.
Los taurinos no han movido un ápice para la defensa de la fiesta y han mostrado una desoladora ausencia de compromiso para proteger una tradición, a la que casi todo se lo deben y a la que, a la hora de la verdad, tan poco cariño demuestran.
Sólo a título personal, han mostrado su apoyo a las iniciativas de esta animosa Plataforma toreros como Enrique Ponce, José Tomás y El Juli y ganaderos como Victorino Martín, Joao Falque y Ricardo Gallardo. Conseguir que los partidos políticos mayoritarios declaren a la fiesta como patrimonio cultural español, es el objetivo de un animoso grupo de aficionados que cuentan con el respaldo explícito de intelectuales de la talla del dramaturgo Albert Boadella, el cantante Joaquín Sabina, el escritor Mario Vargas Llosa o el filósofo Francis Wolf. Inmejorable compañía, que suple con creces el ingrato desdén de los propios interesados.