Vientre
Este domingo dio la campanada Aída, en Telecinco, con 6,2 millones de espectadores. Es una de las cifras más altas de su historia. También fue uno de los episodios más groseros y salvajes de esta serie. Decía Sócrates que a las sociedades podemos imaginárnoslas como al cuerpo humano: hay una cabeza donde reside la recta razón y el pensamiento, hay un pecho donde residen el coraje y la fuerza y la pasión, y hay un vientre donde residen los instintos más elementales de supervivencia, que son el buen yacer y el yantar, como sabía el de Hita. A cada uno de esos órganos correspondía una función en la República: a la cabeza, el gobierno, la justicia y la religión; al pecho, la defensa y la guerra; al vientre, la producción y la reproducción. La gracia de la tripartición socrática está en que el modelo vale para muchas otras cosas; entre ellas, para clasificar los productos de la imaginación y de la cultura, desde la literatura hasta la televisión. Así, hay historias de cabeza (las que ponen el acento en el espíritu), de pecho (todo el cine épico, bélico o de acción, por ejemplo) y de vientre, las que convierten en argumento central los instintos más elementales.
Actualizado:La cultura popular está atiborrada de historias de vientre desde el principio de los tiempos, y basta pensar en Rojas o en Rabelais. Hoy las series de televisión transitan por el mismo camino. Aídaes un ejemplo, porque es un relato donde sólo hay vientre y nada más que vientre. Que las historias de vientre sean vulgares, soeces y tremendistas forma parte de su naturaleza. Cuanto más de vientre es una sociedad, más vulgar es el relato, y la nuestra lo es en grado sumo. Tal vez esto no lo podamos cambiar. Sería de agradecer que los guionistas de televisión pensaran de vez en cuando en la cabeza o en el pecho. Uno ve la tele y, si aplica el modelo de Sócrates, aparece es un ser deforme con la cabeza del tamaño de una mandarina, un pecho reducido a explosiones de efectos especiales y, dominándolo todo, un descomunal vientre de paquidermo que arrolla la tierra a su paso. Nuestro mundo camina sobre el vientre. Así andamos todos de escocidos.