Paseo por los cantes de ida y vuelta en el primer taller de la Cátedra de Flamencología
En un mundo que divide la cultura en frías ecuaciones de dos bandos, aun quedan universos que transitan entre varias orillas y con un océano de por medio. Es el caso del flamenco, y el sugerente caleidoscopio de los cantes de ida y vuelta, semillas culturales que salieron a navegar desde las orillas flamencas de Andalucía y quedaron a la deriva, germinaron en América, crecieron, se transformaron y volvieron a casa con mil acentos.O viceversa. Para hablar del compás de este mestizaje se reunieron decenas de aficionados flamencos en el Centro Municipal de la Merced en el primer taller de la Cátedra de Flamencología. La didáctica conferencia la puso su presidente, Francisco del Río y la amenidad de las notas, dos flamencos de Cádiz: Paco Reyes al cante y Joaquín Linera Niño la Leo, al toque.
Actualizado:Del Río disertó con precisión sobre cantes como la guajira, la que «mejor refleja el sentir de las raíces cubanas mezcladas con el andalucismo flamenco», la milonga, proveniente de la zona del Río Plata argentino. También sonaron la colombiana o el tango.
Llama la atención que el cante «más importante del siglo XX» pese a que esté considerado «ajeno a la pureza del flamenco» sea de ida y vuelta. Se trata de la rumba que, pese a variar su forma con las influencias de los catalanes como El Pescaílla o Peret en los 60, encuentra sus raíces más profundas en el continente africano. Fueron los esclavos los que se lo llevaron a América. En La Habana se convirtió en guananaco y en las zonas rurales en ñanbú hasta que los espectáculos de variedades le dieron un aire de fiesta «entre el tango y la bulería».