
Niños en busca del compás
Un centenar de alumnos de entre seis y doce años asistieron ayer a un espectáculo que recorrerá la provincia con el objetivo de enseñar el arte jondo a los pequeños
Actualizado: GuardarHasta la mañana de ayer, Miguel -buena crianza, chándal, camiseta, la mirada y sonrisa curiosas que otorgan sólo ocho años en el mundo- no escuchaba flamenco. «A mí me gusta más el reggaetón, ¿sabe usted?». Antes de comer ya sabía tocar las palmas por tientos, soleás, seguiriyas y bulerías. «Mire, mire»...
Miguel fue uno del centenar de jóvenes que acudieron al espectáculo Flamenquita, la niña que perdió el compás, ayer en la Institución Provincial y que intenta poner el anzuelo de lo jondo en el banco del público infantil, asediado por las redes de la música comercial. «Generalmente, el flamenco les es ajeno y escuchan a los grupos infantiles o la música comercial de la radio a partir de los ocho años», dice el ideólogo del proyecto, el antropólogo Enrique Linera que ha puesto en marcha la obra de manos de la Diputación Provincial.
Flamenquita -Blanca Puente-, la niña de los lunares y el pelo colorado, es «más lacia que una caballa recién despertada» según su amigo Flamenquín -Antonio Labajo-, y sueña con bailar «con una bata de cola, unos zapatos de tacón rojos en un escenario y con las manos llenitas de castañuelas». Pero ha perdido el compás. «¿Qué es eso? Pues el compás es como el aire dentro del baile», dice Flamenquín.
Asombrados
La pobre Flamenquita cuenta para encontrarlo con la ayuda de la Flamenquita Bailaora. Es Lydia Cabello la que pone en las tablas el baile de una alegría, el primer taconeo que vieron los pequeños en su vida, jaleado con gritos, saltos y el ¿wow! sincero que nace de la inocencia. Todos, de pie pese a las órdenes de los profesores, los ojos como platos y una carcajada asomando, los alevines aprendieron los diferentes palos por el feliz camino de la estupefacción, compadecidos de Flamenquita, divertidos y rendidos al amor platónico de Cabello, por la que preguntaban tras la obra a los pies del camerino.
Las risas y las reglas nemotécnicas hicieron el trabajo sucio de la enseñanza de las palmas, «lo primero que quiere aprender el que se acerca al flamenco, su estructura», dice Lineras, que plantea una obra pedagógica con las coreografías de Lydia Cabello y la música de su hermano, Niño La Leo.
Entre risa y aplausos se colaron en las pequeñas mentes el compás de tientos -«Quiero tocar esas palmas al compás»- o de seguidilla «tran tran tran titititran tran tran», coreados por los primeros de los cientos de los minúsculos espectadores que verán la treintena de representaciones de la obra por toda la provincia. «Reaccionan muy bien. Si pones a los niños delante de un espejo a mover las manos, no aguantan ni cinco minutos. Hay que utilizar sus juegos, su lenguaje», dice Cabello, que se enfrenta en su escuela de flamenco a pequeños desde los tres años.
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