Francisco Maldonado (delante), ayer en la plaza de San Antonio de Cádiz.
CÁDIZ

La maleta de Francisco

Francisco Maldonado, de 28 años, hace de chico de los recados de los vendedores del mercado; duerme en la calle, donde dice sentirse «libre»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Seguro que le ha visto. Cualquier tarde. Hoy, ayer. En aquel banco a mano izquierda de la calle Ancha de Cádiz, si se coloca la plaza de San Antonio de frente. Se llama Francisco Maldonado. Tiene 28 años y los ojos color miel, como su perra, Luz de Luna, aunque algo más oscuros (los de él). Viste vaqueros, un jersey enorme de lana gris, deportivas naranjas y asegura que vive en la calle « por la libertad de no tener horarios, ni nadie a quien dar explicaciones». «Soy un poco como las palomas de este parque, que comen aquí, vuelan allá...», divaga este joven mientras señala a un grupito de estas aves urbanas, desordenado y ruidoso, que picotea cerca de una fuente.

Entonces se apoya en la barandilla de de una de las salidas de coches del aparcamiento subterráneo que hay bajo la plaza de San Antonio. El sol le golpea en la cara. Y esboza una sonrisa cuando se le pregunta si no ha pensado nunca en trabajar. «Hago recados por la mañana para los vendedores del mercado. Les llevo el pescado a los clientes, allí donde me piden. Me pagan entre 10 y 15 euros. Por las tardes, toco la flauta en la calle (mal, según reconoce entre risas). Cuando el día se da bien puedo sacar hasta 20 euros más, aunque lo normal es quedarme en seis», dice con esa dulce mueca que no le abandona. «Pero no me llega para un alquiler», ironiza.

Con apenas 15 años, y todavía en el colegio, se escapó por primera vez de su casa en el barrio de El Mentidero. «Dejé los estudios. Mis padres se enfadaron muchísimo. Y esa fue la primera noche que pasé en la calle», recuerda.

Francisco ha hecho de un portal en un callejón que cruza la calle de Columela -frente al club de jazz Cambalache, en pleno centro- su hogar provisional.

«Es un sitio muy tranquilo, aunque a veces me llevo alguna sorpresa desagradable», asegura. La última: «hace unos cuatro días». Afirma que el dedo entablillado que ahora muestra es porque alguien le pegó «mientras dormía».

No quiere dejar la calle. Francisco ha convertido la valija negra con ruedas que arrastra allá donde va, en su único equipaje. Y a sus dos perritas -Luz de luna, un cruce de raza husky rubia, que él asegura es un híbrido entre lobo y zorro, y Nana, que le acompaña desde hace dos semanas-, en sus únicas compañeras.

Ellas... y la música del saxofón del estadounidense John Coltrane. Esa que escapa del club cada vez que se abre la puerta. Poco más, dice Francisco, necesita cargar en su maleta.