Sindicalismo
La historia del sindicalismo se remonta a la revolución industrial y el nacimiento de las modernas democracias, como denominación de las organizaciones colectivas de los trabajadores para la defensa de sus intereses y la obtención de mejores condiciones de trabajo de la clase obrera, frente a los empresarios y los gobiernos. Podemos encontrar sus orígenes en las inglesas «trade-unions» y en los franceses «syndicats», ambos nacidos en la década de 1.830. Desde entonces hasta ahora -casi dos siglos- se ha recorrido un largo camino plagado de luchas y de reconocimientos de derechos laborales, desde la abolición de la esclavitud hasta el derecho a la huelga y la conceptuación de la libertad sindical como derecho humano básico. Los sindicatos han sido referencia esencial en nuestra Historia moderna, no en vano fue el movimiento obrero el que protagonizó acontecimientos que a la postre cambiaron el signo de los tiempos.
Actualizado:Su papel, sin embargo, se ha devaluado hasta límites insospechados en la actual escena político-social. La irrelevancia mediática de sus líderes, su cada vez más débil capacidad de convocatoria, la escasa afiliación, que provoca su dependencia económica del erario público, la obsolescencia de las ideas políticas que los sustentan y, sobre todo, el marco contemporáneo de las relaciones laborales, presidido por un compendio enorme de leyes proteccionistas del trabajador y de sus derechos y una gran accesibilidad a las soluciones jurídicas individuales que han conllevado la práctica inexistencia de conflictos de enjundia, han relegado a las asociaciones sindicales a un plano secundario en el contexto político-económico de nuestros días. Tanto es así que ya hay quien se cuestiona incluso la razón de ser de su existencia.
Frente a esta realidad, los sindicatos luchan por su supervivencia, lo cual es no sólo legítimo sino lógico. El problema nace cuando, para justificar la necesidad de su implantación, se crean artificialmente conflictos, se magnifican incidentes y conductas que otrora serían sólo anecdóticos, se convocan huelgas por motivos irrisorios, se pisotea el derecho al trabajo de quienes no quieren secundarlas, se relegan los intereses comunes en aras de la defensa de los intereses indefendibles de unos pocos y se usan medios y actuaciones que, en una sociedad de la información como la nuestra con tanta posibilidad de difusión de la idea y de la opinión, sólo provocan al fin y al cabo el rechazo y el desdén de la comunidad.
Buena muestra de lo que opino en esta gacetilla se puede observar en estos días en nuestra Ciudad. Los despidos de determinadas personas contratadas en la institución municipal con absoluto desprecio a las normas legales y al principio de igualdad de oportunidades por el anterior Alcalde en los días previos a su defenestración, está provocando encierros, manifestaciones, presiones de todo tipo y, según ayer mismo pudimos saber, pintadas salvajes en monumentos públicos contra la Alcaldesa, a quien se insulta y se vilipendia. Comportamientos como éstos han de hacer flaco favor a los despedidos y, sobre todo, ponen en entredicho una actuación sindical que, en el desespero de su estertor, ya ni siquiera es capaz de analizar con objetividad una situación de desequilibrio jurídico que no admite objeciones. Se invocan derechos y principios, pero sus propias actitudes demuestran, una vez más, que es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos.