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EL COMENTARIO

La confianza en Europa

El embajador Von Ribbentrop dejaba la embajada alemana en Londres para ocupar el ministerio de exteriores del Tercer Reich. Destino fáustico. Eso era en 1938, el mismo día en que Hitler iba a anexionarse Austria. Winston Churchill asiste al almuerzo que el primer ministro Chamberlain ofrece al embajador alemán. Pasan los años y Churchill escribe: «Fue la última vez que vi a herr Von Ribbentrop antes de que fuese ahorcado». A Ribbentrop le ahorcaron en el gimnasio de la prisión de Spandau, el 16 de octubre de 1946. En el entreacto, toda la Segunda Guerra Mundial: 55 millones de muertos, países enteros en ruinas, Europa en agonía. Seis millones de judíos incinerados, imperios en dislocación, Hiroshima y Nagasaki: todo eso pocos años después de una Gran Guerra -la primera-, que iba a acabar con todas las guerras. 1948, diez años después de la despedida londinense de Von Ribbentrop, los comunistas toman el poder en Checoeslovaquia, Tito se aparta de Moscú, Stalin bloquea Berlin, hay temor a una tercera guerra mundial. Así era la guerra fría, hace sesenta años. El puente aéreo Berlin-Oeste sería la respuesta del mundo libre al bloqueo. Fueron 195.000 vuelos, en 318 días: el avituallamiento de la ciudad bloqueada fue otro episodio de la libertad, con Harry Truman al frente. Por entonces se estaba perfilando la Alianza Atlántica que sesenta años después sueña a armamentos oxidados y a generales ociosos siendo en realidad la única gran alianza militar victoriosa sin haber disparado un tiro. Dos años después de la ejecución de Von Ribbentrop, Europa ya estaba buscando un mejor horizonte entre sus propios escombros. Al otro lado están las 144 divisiones del Ejército Rojo. El imperio de Stalin abarca 22 millones de kilómetros cuadrados. Frente a esa magnitud, los entendimientos entre Adenauer, Schuman y De Gasperi solo tienen la estricta consistencia de la razón y de una cierta esperanza impensable mientras el Plan Marshall comienza a ejecutarse. 1948 es también el año de la independencia del Estado de Israel, del premio Nobel de literatura para T. S. Eliot.

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Sesenta años después, los problemas de Europa son los recursos energéticos, la flexibilización de los mercados de trabajo, la inmigración, el déficit democrático, la opacidad institucional, el dilema turco. En general, son los problemas del crecimiento económico y las consecuencias morales de la sociedad de la abundancia. La retórica prometeica del europeismo ha generado europesimismo en la Europa del colesterol y de las dos horas de pilates por semana. Incluso es posible que las sociedades europeas funcionen más -con vitalidad más cierta-, que la arquitectura de la europeidad.

El consumo quimérico culmina en el fast food, el viaje ahora y pague después, las galletas de fibra y la cultura del desperdicio. Europa se asemeja a veces a un perrito faldero que come con manteles de hilo. Aún así, hace falta mucho más euro-realismo y no ponerse euro-apocalípticos ante la secesión de Kosovo, el envejecimiento de la población, las bajas tasas de natalidad y el distanciamiento entre Angela Merkel y Nicholas Sarkozy. Para darse cuenta, basta con recordar la Europa de hace sesenta años intentando recuperarse de la guerra mundial.