CRÍTICA DE TV

Babel

La 2 tiene una especie de Operación Triunfo para inmigrantes que se llama Los hijos de Babel y que consiste en que concursantes de distintos países, venidos a España en busca de fortuna, pugnan para mostrar su talento musical. Dicen que 4.000 personas han pasado por el proceso de selección. Los seleccionados en la fase inicial pasan a convivir en un centro de formación donde afinarán sus cualidades.

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La 2 de TVE envuelve todo eso en un discurso bastante inequívoco: elogio del cosmopolitismo, apología del mestizaje, etcétera, adornado todo ello con la inevitable letanía del sufrimiento de los concursantes, todos los cuales coinciden en afirmar que han sufrido mucho, y seguramente será verdad. Llama mucho la atención que TVE haya escogido para este programa el título de Hijos de Babel, porque la historia bíblica de Babel y su torre dista de ser ejemplar y, por otro lado, es una de esas leyendas que parecen más apropiadas para la reflexión que para el espectáculo, porque está cargada de inagotables significados.

El rey de Babel se llamaba Nimrod (o Nemrod), hijo de Cus, nieto de Cam, bisnieto de Noé, del linaje de Adán. Sobre su figura escribió Elgar una variación (la novena de las Enigma) que es una de las páginas más hermosas de la música de todos los tiempos. Nimrod era algo así como una prefiguración del político moderno: hizo construir cinco tronos, cada uno sustentado por el anterior; sobre ellos colocó una gran gema y desde allí exigía pleitesía a todos los hombres.

Obtuvo lo que buscaba, pero, ofuscado por su poder, hizo construir ídolos para los que exigió igual veneración, y después declaró la guerra a quienes se resistían. Su mayor desafío fue erigir aquella torre -la de Babel- con la que pretendió vengarse del Dios del Diluvio; la confusión de las lenguas por orden divina enemistó a los hombres, dio al traste con la torre y, al cabo, con el propio imperio de Nimrod. La maldición no estaba en la torre, sino en el espíritu con el que estaba siendo construida. En algún lugar profetizó Saint-Exupery la desdicha de quien confunde la construcción con el poder: «¿Quieres que los hombres sean hermanos? Ordénales construir una torre. ¿Quieres que se odien para siempre? Arrójales dinero».

La frase puede aplicarse con provecho a la historia de Babel y, por extensión, a todas cuantas babeles afrontamos los hombres, incluida la Cosmópolis imaginaria del Hijos de Babel de La 2. Lo que mantenía a Babel unida y razonablemente feliz era el hecho de que todos compartían un mismo aliento, una hermandad, materializada en la construcción. No fue la diferencia, sino la competencia, lo que sembró la discordia.