Serbia: votar la derrota
El público serbio tiene el corazón partido a medias entre su deseo de integrarse en Europa, conquistar progreso y estabilidad y no renunciar a su provincia de Kosovo, en el umbral de la independencia. La elección presidencial de este domingo es inseparable de esta extraña esquizofrenia política y moral y la elección podría recordar a la de hace cuatro años: ganará en primera vuelta el candidato nacionalista Tomislav Nikolic, del Partido Radical y en la definitiva el 3 de febrero el presidente saliente Boris Tadic, del Partido Demócrata, resignado, aunque lo oculta como puede, a lo inevitable.
Actualizado:La Unión Europea se ha abstenido esta vez de apoyar abiertamente a Tadic, su tapado oficioso, porque teme provocar al nacionalismo serbio. Porque demócratas, radicales, conservadores, rojos o blancos, una muy amplia mayoría es hostil a perder un territorio que, además, es la cuna de la cultura serbia y que tienen por una expoliación injustificada.
Formalmente no les falta razón a los nacionalistas: la resolución 1.244 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada cuando terminó en 1999 la guerra allí entre la OTAN y el ejército yugoslavo (de Milosevic), no menciona nada que permita augurar la independencia.
Y, lo que es peor, si se acepta la literalidad jurídica de ese hecho tampoco le falta razón a Vladimir Putin, quien dice -todavía lo repitió el jueves en Sofía-, que la independencia del territorio es ilegal e inmoral. Pero en términos de realpolitik, y tras el activismo diplomático norteamericano y la decisión de una gran mayoría de países de la UE de apoyarlo, parece que la independencia es ineluctable.
Los candidatos, todos los candidatos, se dicen hostiles al hecho, pero sólo un gobierno radical, improbable por no decir imposible, abriría un conflicto abierto al respecto que, por lo demás, no podría ser un desafío militar, sino una alineación diplomática estricta con Rusia, la gran madre eslava y ortodoxa.