Tribuna

La cultura, algo más que un 'inmueble con bedel'

La continua invocación, en la que todos incurrimos, de que la cultura se ha de convertir en una fuente de creación de riqueza y empleo en nuestra ciudad, no ha conseguido que la actividad cultural (y no digamos la producción cultural), ocupen un lugar no ya relevante, sino ni siquiera visible, de nuestra vida diaria. Es reiterada la declaración de los responsables políticos locales en el sentido de que Cádiz debería priorizar la cultura como una de sus fuentes esenciales de futuro.

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La expresión «cultura fuente de riqueza» hiere el oído, pues lo que se puede calificar como «la cultura» es básicamente un acto íntimo y privado, que sólo en ese ámbito adquiere sentido. Lo contrario, la cultura como negocio, empresa, espectáculo, relaciones sociales o prestigio, parece una contradicción en sus propios términos. Pero aun dando por bueno aceptar que pueda ser cultura la actividad que va destinada a «generar riqueza o empleo» y que la función de los políticos sea fomentarla, como vía para conseguir llenar hoteles y bares (pese a que no sea poco reto), lo cierto es que en esa línea de trabajo es difícil encontrar, en los últimos años, los pasos dados o la línea que mantiene la administración para hacerlo realidad. Parece que estamos abocados, también en esta materia, al ladrillo cultural, es decir, a inversiones sólo en el soporte inmobiliario y no en la producción o a la gestión de contenidos: fomento de espectáculos, exposiciones, representaciones o actos de creación de suficiente nivel como para ser ese referente con el que se quiere caracterizar la ciudad.

Lo único que se oye de nuestros responsables políticos en materia de gestión cultural es la propuesta reiterativa de apertura, uno tras otro, de todos los museos posibles, lo que demuestra que partimos de un punto situado bajo mínimos, lleno de lugares comunes. A nada que te descuiden te cascan un museo, a poder ser con rehabilitación de finca histórica, para más tipismo, y siempre con bedel en la puerta y/o azafata.

Resulta más que encomiable que nuestro Museo Provincial haya asumido la función de centro dinamizador, pese a no ser sus medios e instalaciones los idóneos. Es obvia la necesidad de aunar fuerzas. Pero no cabe duda de que la gestión cultural precisa fijar otro tipo de esquemas de trabajo que los propios de un museo, que ya tiene suficiente con combinar arqueología, pintura y etnografía. Requiere la búsqueda de fórmulas que permitan dinamizar las actividades que en él se desarrollen, generar trabajo sin verse atados por la necesidad de conservación de sus colecciones, ser capaces de crear, intercambiar, en definitiva, producir. Pero el riesgo que representa la gestión, el condicionamiento de que se trabaja con lo efímero de la contemporaneidad y el dinamismo que requiere la gestión cultural parecen bien lejos de la formula inmueble con bedel en que se vienen convirtiendo, y corren el riesgo de convertirse, la amplia serie de museos con que se nos amenaza. La absoluta ausencia de camino andado en esta materia, de gestión especializada, de políticas de fomento definidas, y de inversiones canalizadas hacia la producción cultural (y no hacia el ladrillo cultural) hace prever para el futuro inmediato más de lo mismo. Ello afecta en especial, por ejemplo, al futuro de nuestro tan cacareado Museo de Arte Contemporáneo, a punto, o casi, de empezar su andadura.

Como no podía ser menos, nuestra ciudad quiere que se nos traiga un Guggenheim que se convierta en nuestro Midas local. En Cádiz, los cantes de ida y vuelta ya no se refieren a nuestra relación con las Américas, sino con la capital, de la que ahora dependemos al 100%, sea Sevilla o Madrid. Lo que no venga de allí simplemente no existirá, porque ni los habitantes de esta ciudad ni sus políticos hemos sido capaces de generar nuestras propias fuentes de trabajo y esa es una de las principales culpas de la, nunca supe porqué, tan elogiada burguesía local, que recreándose en su prestigio acumulado en siglos pasados, o se fue o se recluyó en el conservadurismo y falta de arrojo, sin asumir los riesgos de toda sociedad que quiera progresar.

Nadie vendrá a traernos un Guggenheim y da miedo pensar que se reproduzca en el Castillo de San Sebastián un nuevo edificio «del na», como el de la Alameda. Cualquier objetivo debe pasar por una política que fomente la producción y gestión cultural, que consiga que el entorno donde reside el grueso de la población vuelva de nuevo su mirada hacia Cádiz y aparezca como una ciudad digna de ser vivida. Será necesario no mirar hacia adentro, sino airear fuera de nuestras murallas lo que seamos capaces de producir aquí, si es que un día nos decidimos a hacer otra cosa además de letras para el Carnaval.

Actualmente se exhiben en el Museo de Bellas Artes de Bilbao las adquisiciones realizadas en el periodo 2002/07, 192 nuevas obras que amplían su ya excepcional colección. Allí, además de presupuesto, hay una clara decisión de sus políticos y colaboradores, no de ahora sino desde hace años, de desarrollar y hacer crecer «la cultura» como una vía para dar dinamismo a la ciudad. No en balde quien protagonizó esa política dirige hoy el Museo del Prado. Lo mismo pasó en Cuenca con su Museo de Arte Abstracto y en tantos otros casos.

De esa gestión y vocación de los responsables políticos de las ciudades y sus instituciones es de donde surgen las posibilidades de crecimiento de la ciudad y de enriquecimiento de sus ciudadanos. De ese tipo de políticas, a lo largo de décadas, es de las que cabe esperar que surja ese crecimiento del que todos querríamos participar, para nosotros y nuestros hijos. Y esa vocación está bien lejos, por desgracia, de la que nos caracteriza, mucho más interesada por alcanzar el sueldo de bedel, mirarnos el obligo recreándonos en nuestro tipismo y esperar a que vengan de la capital a resolvernos nuestros problemas.