PLENITUD. José Manuel Caballero Bonald posa en la calle. / EFE
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD ESCRITOR

«Creía que la poesía era un género de juventud»

La revista 'Zurgai' dedica un monográfico al poeta jerezano, que confiesa sentir «cierta inquietud» por ser ya un superviviente del Grupo de los 50

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Entre risas, José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) responde que por supuesto que sigue siendo un desobediente. «Y por fortuna. Eso se lo digo siempre a mis hijos y les doy ejemplo». El autor de Manual de infractores, Ágata, ojo de gato y Diario de Argónida, entre otras obras, estuvo ayer en Bilbao para asistir a presentación del monográfico que le dedica la revista Zurgai. «Ha quedado magnífica. Aunque siempre todo esto tiene ya un carácter como de ser póstumo que te crea cierta inquietud», reconoce. Sobre todo ahora que es uno de los dos únicos supervivientes del Grupo de los 50, tras la muerte de Ángel González, hace sólo una semana.

-Quería empezar dándole el pésame por el fallecimiento de su amigo.

-Muchas gracias, esto ha sido para mí una pérdida que he sentido muy hondamente. Era mi amigo fraternal. Y uno piensa que de alguna forma se pierde un mundo, tantas convivencias y tantas cosas compartidas a lo largo de 50 ó 60 años que van cayendo en el olvido. Que ya sólo quede algún que otro atisbo te duele mucho.

-Dijo que se sentía como un superviviente.

-Claro, ya el grupo del 50 está diezmado, sólo quedamos Paco Brines y yo, todos los demás han muerto. Y generalmente de una manera abrupta, ha habido suicidios y autodestrucciones Ha sido una generación que ha ido desapareciendo.

-¿Cómo se enfrenta a ello?

-De mala manera. Yo me siento bastante deprimido en ese sentido. No supero ese bache de pesadumbre. Pero hay que seguir viviendo y esto es lo normal.

-Tiene una gran responsabilidad.

-Esas son las cosas que a uno le compensan, servir de nexo o de recordatorio con algo que ha desaparecido, que tu memoria sirva para esa conservación.

-¿Cómo era ese mundo?

-Teníamos muchas cosas en común los del 50, procedíamos de un origen familiar y universitario similar, leíamos los mismos libros y teníamos costumbres muy parecidas. Nos gustaba la noche, éramos noctámbulos, bebíamos. Como le gustaba decir a Ángel González, habíamos aportado a la anodina y mezquina realidad española de la posguerra una nueva manera de vivir y de beber. Y es verdad. Sobre todo nos unía la lucha clandestina antifranquista, por la libertad. Estábamos todos trabajando políticamente por la libertad, padecimos cárceles, exilios y etcétera. Pero literariamente hablando no teníamos mucho en común. Las afinidades poéticas eran escasas. Me siento muy cerca de Valente y de Barral, pero menos de Gil de Biedma.

-Se tiende a agrupar siempre.

-Es normal. Hubo un momento en que, en seis años, decidimos usar la poesía y la escritura en general como instrumento de lucha política. Nos creímos que realmente se podía emplear un texto escrito para justificar tu lucha y supeditamos la literatura a ese compromiso. Ahí es donde más nos parecemos porque nuestros textos tenían el fin de denunciar.

-¿Lo sigue creyendo?

-Ya mucho menos. Yo creo que un texto no sirve para nada. Salvo para enriquecer la sensibilidad del lector, alguien que de repente coge un texto tuyo y siente que se abre una puerta y que se asoma a un mundo desconocido que le descubre cosas que él no conoce

-No es poca cosa tal y como está el mundo.

-No es poca cosa. En este sentido el escritor tiene mucha responsabilidad. Yo siempre justifico desde un punto de vista histórico ese compromiso del escritor con la realidad que está viviendo. Pero en ciertos momentos porque ahora, cuando uno ya ha alcanzado las libertades, puede decir lo que quiera y escribir lo que quiera, ya no es tan necesaria esa actitud de testigo de tu tiempo. Eso se da por añadidura. En mi obra, cualquier investigador futuro verá ese tiempo, pero no me lo propongo ya. Se traspasa lo que pienso y lo que vivo, mi pensamiento y mi vida están en mi obra.

Futuro incierto

-¿Y cómo ve el panorama poético español hoy?

-Lo veo regular. Creo que los muy jóvenes van por muy buen camino, están haciendo una poesía responsable, de indagar en el lenguaje. Luego hay una tónica general de poesía llena de obviedades y coloquialismos que me interesa poco. Eso ya lo hizo magníficamente un vasco llamado Blas de Otero, que fue el que mejor usó las formas coloquiales para transformarlas en una gran poesía. Pero los que vinieron detrás de nosotros, con excepciones, me interesan poco.

-Hablando de Blas de Otero, aquí en su tierra se le quiere mucho. El año pasado vino a una charla, acaban de publicar un monográfico sobre usted en 'Zurgai'

-Tengo amigos. Y el País Vasco es un regalo, dar un paseo, acercarme a la ría, ver la vida cotidiana me emociona a veces. Y luego una cosa que a mí me importa mucho: hay que ver lo maravillosamente bien que se come.

-¿Determina el paisaje cómo se escribe?

-Uno es un poco lo que es el paisaje en el que vive, la morada influye en el morador. Yo estoy muy supeditado a Doñana, allí he visto una alegoría de la dignidad, de la salvación del hombre, de la comunicación con la naturaleza. He estado siempre muy pendiente de los peligros que se han cernido sobre esa tierra y la he defendido.

-Está en su poesía, a la que ha reconocido que se dedica con intermitencia.

-Sí, soy discontinuo. Pierdo la fe, el tono, el estado de ánimo me impide pensar en un poema. Y eso me podía durar 8 ó 10 años pero no tenía remordimiento, me dedicaba a las memorias o la novela. Y sin embargo, un día paseando o en los insomnios y en los momentos más inoportunos me empiezan a venir poemas uno detrás de otro. Así nace un libro. Ya de viejo, yo que creía que la poesía era un género de juventud, estoy haciendo mucha.

-Habrá mucho en común entre la vejez y la juventud, entonces.

-Yo no sé, pero sí que he recuperado esa energía, esa pasión necesaria para escribir. Me sorprende a mí mismo, y me rejuvenece, que me hace falta. Le estoy muy agradecido a esos poemas que me hacen más joven. Ahora lo que he abandonado para siempre es la novela, ya no ni quiero ni puedo plantearme un trabajo literario a largo plazo.

-¿Por qué la poesía sí le interesa?

-Es una cosa de placer. Leer algo que me deslumbra o me emociona, incluso sólo por su aspecto léxico... Cuando leo unas palabras bellamente encadenadas y que seducen, ese placer es inigualable. Eso no lo puedo encontrar en una novela.

-No hace falta entender un poema.

-No, hay que ponerse ante él y sentir que te comunica aunque no lo entiendas literalmente. Eso ya es mucho.

-¿Quién le hizo sentirse así por primera vez?

-Juan Ramón Jiménez. Lo tengo muy claro. Él es la dignificación de la palabra, el secreto profundo de la poesía. Ahí empecé a llevar una vida disoluta, disipada que decían los bienpensantes.