La vigencia del asunto del hombre de las cejas breznevianas
Lo siento, pero este asunto creo que da para lo que da, no para mucho más. Así que si los socialistas piensan que lo de Ruiz-Gallardón es el gran regalo que esta derecha -a la que tanto le gustan los triunfos difíciles-, les hace en plena campaña, ya pueden ir buscando otro argumento porque su efecto va a pasar poco más allá de esta columna.
Actualizado:Igual me equivoco y no se habla de otra cosa de aquí al día nueve, pero el olfato me dice que el alcalde de Madrid, el político mejor valorado por quienes no le votan, será objeto de deseo mientras no pase otra cosa digna de mención.
Los apellidos, generalmente, no transcienden a las siglas, con lo bueno y lo malo que eso tiene. Alberto Ruiz-Gallardón, se ha dicho hasta la saciedad, es político ambicioso y eso siempre levanta sospechas.
Usted puede ser un médico ambicioso, un fontanero ambicioso y hasta un funcionario ambicioso, pero si es político deberá disimularlo porque la ambición en ese campo suena a cosa rara, a «se le ve el plumero» o a «a saber qué querrá». Lo normal es que todo el que entre en política quiera ser presidente del gobierno de la misma manera que todo el que inicia una carrera aspira a quedar el primero, y eso, que en cualquier competición es comprensible, en política debe ser disimulado.
Alberto no lo ha hecho, con todo lo bueno y todo lo malo que eso comporta, y probablemente ha medido mal las consecuencias. Quería ir en las listas porque aspiraba a ser el sucesor, sin más, y puede que lo diera a entender demasiadas veces, a destiempo y, lo más importante, sin apoyos reales en las estructuras inmediatas de su partido.
Por si eso fuera poco, al no haber conseguido su objetivo -legítimo por otra parte-, ha amagado con cometer el error añadido de despedirse antes de tiempo, pero afortunadamente ha sabido recoger a tiempo tanto esas intenciones como alguna lágrima furtiva que le hubiese puesto al rasero de los concursantes de Operación Triunfo cuando son evacuados del concurso. Conviene en momentos tan delicados controlar las inevitables tendencias a la sobreactuación. Creo que lo ha conseguido, sinceramente. La Alcaldía de Madrid, por otra parte, no merece ser considerada una suerte de trampolín desde la que acceder a destinos de más grueso fuste. Piense el alcalde que si Mariano Rajoy gana, habrá tenido razón en esta decisión tan severa como controvertida, pero si pierde siempre le asistirá el beneficio de la duda de haberlo hecho por no haber contado con su persona en el paquete final.
Es sabido que todo perdedor despierta simpatías, pero bien sabe el hombre de las cejas breznevianas que son de corto recorrido y de escaso consuelo (las simpatías, no las cejas).
El Partido Popular es, por regla general, un colectivo de buenas ideas pero de malos ademanes, y acostumbra a brindar a sus opositores regalos de última hora que éstos aprovechan con la eficacia conocida de la izquierda española. Durante las horas que han mediado entre la resolución de la crisis y la mañana que hoy alumbra las tierras de España, los portavoces del PSOE han procurado, con toda lógica, meter el dedo en la herida y orinarse en las llagas que deja toda decisión polémica, pero deberían darse prisa en apurar todo el contenido de la vejiga ya que se va a empezar a hablar más de Pizarro que de Ruiz-Gallardón. Convendría que dejaran de llorar por él y empezaran a buscar argumentos más sólidos de oposición al antiguo presidente de Endesa que los que hacen referencia al dinero obtenido por la venta de sus acciones.
Ruiz-Gallardón ha barrido a los socialistas en cuatro ocasiones consecutivas en el ámbito de Madrid y ese es motivo suficiente para estar contentos por su no inclusión en las listas populares. Esto, en cualquier caso, no ha hecho más que empezar. Verán como, en cuanto pasen unos días, la distracción estará en otras cosas y nos proporcionará, de aquí 0al día nueve, nuevas e impredecibles excitaciones.
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