Cartas

75 años de Casas Viejas

El 11 de enero de 1933, Casas Viejas asistió a uno de los más aciagos sucesos no sólo en nuestra provincia sino en España, con importante repercusión lógica en los más diversos puntos de fuera de nuestras fronteras, dada la implacable e inusitada crueldad con la que fue sofocada a sangre y fuego, la sublevación campesina tras la quema de la paupérrima choza de Francisco Cruz Seisdedos y los atroces fusilamientos posteriores, llevados a cabo con desmedida violencia por fuerzas represivas gubernamentales, en nula sintonía con lo que exige un verdadero Estado de Derecho. ¿Veinte personas víctimas de la más desastrada violencia en tan solo una madrugada, fríamente ejecutadas tras el incendio son muchas muertes! Durante la ominosa dictadura de cuatro largas décadas y desde ámbitos conocidos, se pretendió ocultar, incluso borrar de la memoria e inicuamente justificar tan execrable salvajada contra un pueblo y el infortunado destino de unos hombres y mujeres, acuciados de manera infrahumana en aquellos años por el hambre y otras carencias, fundamentales en todo ser humano. Y todo porque «habría que hacer un escarmiento »

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Felizmente la eficaz labor de estudio e investigación de prestigiosos escritores de dentro y fuera de España: Brenan, Mintz, Sender, Ballester, Gutiérrez Molina, Melefákis o Guzmán, entre tantos otros historiadores, -cuyos trabajos integran una copiosa bibliografía-, proclamaron documentadamente lo ocurrido, en la denominada por uno de los autores citados la entonces tristemente conocida como la aldea del crimen. Muy negras páginas de la historia de España que difícilmente pueden ser ni ignoradas ni hurtadas caprichosamente, por su indeleble huella de dolor inherente a sus anhelos de justicia social inalienables ¿siempre!

Los sucesivos testimonios orales y escritos tres cuartos de siglos después, -y aún en los momentos de impuesta amnesia- a lo largo del tiempo nos hacen asumir, ¿a todos!, nuestra historia veraz, sin el silencio que sólo la intencionalidad sectaria desea ocultar, o aún peor dando su muy particular versión de funestas e intolerables consecuencias. Y es que como dice el evangelista San Juan: «la verdad nos hará libres».