Primera politicada popular
Se habla con justicia del barroquismo de Sevilla, pero el de Cádiz tampoco tiene rival: qué mejor claroscuro supone contemplar cómo aquella ciudad amotinada donde los frigoríficos volaban sobre el techo de las lecheras policiales se empeña en superar la plusmarca de Galicia en el voto al PP. Hubo un antes y un después del pasado sábado: el gentío que tiritaba en La Pestiñada de los Dedócratas se cruzaba por la calle Columela con una agrupación inesperada, la de los caballeros de riguroso esmoquin que acudían a la fiesta de cumpleaños que el decorador sevillano Manuel Morales de Jódar había montado en el número 13 de la calle José del Toro. Era y es el caserón sobre el que se asienta La Bella Escondida, la célebre torre pendiente de su catalogación como Bien de Interés Cultural. El ser o no ser del no va más gaditano estriba en haber sido invitado o no a esa celebración que también contó con sevillanos postineros como Vittorio & Luchino o Jorge Cadaval.
Actualizado: GuardarBarroca como es esta ciudad, los convidados se quedaron a pasar el fin de semana y ya desprovistos de sus atuendos de media gala, se adentraron en la erizada de La Viña. Allí, no sólo se verían sorprendidos por la afición local hacia la gastronomía sino por las micciones callejeras que siguen siendo uno de nuestros principales atractivos turísticos y que, en dicha zona, convierten a la calle de José Celestino Mutis en un homenaje a Venecia más que al célebre botánico gaditano.
Poco antes o poco después, estuvieron a punto de cruzarse con la comitiva de Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, que se dio un baño de multitudes en El Manteca -no faltó el insulto etílico de algún machaca pero mandaron más las fotografías con el móvil y los autógrafos como si fuese un rockero-, mientras que Teófila Martínez prefería la ostionada y la Plaza de San Antonio. ¿Será La Viña de izquierdas y el Mentidero de derechas? Habría que preguntárselo al Tío de la Tiza y al Beni, a Fernando Quiñones y a José María Pemán, que en paz descansen. Ahora que la Junta Electoral mirará con lupa cualquier intervención pública de nuestros próceres habrá que preguntar si la alcaldesa podrá convocar ruedas de prensa como alcaldesa siendo a su vez candidata al Congreso.
Lo averiguará la canalla y le interesará a la clase política. Porque, tras ese chupinazo de salida, el Cádiz del paro o el de la falta de viviendas, sólo interesará en función del retruécano y el chiste que inspiren a los -por otra parte-, excelentes poetas populares del Carnaval. Ni el IPC, ni la inflación, ni las obras del mercado ni las del hospital. Cádiz se desbarroquiza en estas fechas y se vuelve de un intenso pensamiento único que no nos dejará hasta después de Semana Santa. En ese clima, mucho me temo que a la muchedumbre asistente a las primeras fiestas gastronómicas del Carnaval gaditano se la trae floja la campaña electoral y cualquier fiesta que no lleve acompañada su tango, su pasodoble, sus cupleses, su popurrí y sus fritangas. Y no le inquietó tanto aquella inesperada pero presumible politicada popular del pasado domingo, o las idas y venidas de los chics glamurosos, sino el lío por la venta de las entradas del Falla o, peor aún, la constatación evidente de que la mayor parte de la afición no podrá entrar al teatro, ni siquiera en las semifinales. Lo mismo el partido que se llevaría el gato al agua, fuera el que propusiese que el concurso de agrupaciones se celebrase en El Carranza. Lo demás será silencio. Apenas roto con las clásicas consignas revolucionarias: «¿Qué bonitooo, hijo!».