Opinion

Adiós a la 'rubia'

Llovía en el año 1996. El cielo permanecía, cubierto, cuando con nostalgia nos obligaron a desprendernos de algo nuestro, de una moneda, durante muchos años entre nuestros dedos, en el fondo del bolsillo, dentro del monedero. En 1996 dejamos de manosear a la rubia. La añosa moneda de peseta, la unidad de nuestro sistema monetario, dejó de circular. La rubia moneda dio paso a otra con menos valor metálico y con otro diseño. Ya ha llovido. Ya han pasado muchos años de la pérdida del papel de la unidad de la peseta. Somos pocos los que recordamos el billete dentro de nuestra cartera, el billetito de una peseta con la efigie, la representación del busto del autor de El Quijote, de nuestro gran novelista Miguel de Cervantes.

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En 1996, repito, pasó a la historia, a los cartones de los cartapacios de los coleccionistas, la «rubia» de toda la vida, al menos de la mía. Valía la moneda. Se comentó en su día que los coreanos la adquirían, se las llevaban en sacos, porque el valor de su metal era superior al valor del cambio, del mercado. Tal vez por eso la sustituyeron por una mini moneda, por una peseta, una cosita minúscula, menos blanca que su alma, que no se oxidaba, que no se ponía fea, que no se ensuciaba, porque apenas circulaba. La «rubia» dio paso a una especie de botón que se perdía entre la costura del bolsillo del pantalón. ¿Qué pena de peseta, casi sin circulación! ¿Lo que fuiste y en lo que te han convertido los hados de estos años, peseta!

Ya hace muchos años que se perdieron las monedas fraccionarias, la calderilla de la peseta: los dos reales, el real, la perra gorda y la perra chica. Antes se perdió, yo no lo llegué a conocer, yo no lo vi circular, el céntimo, moneda grande, oscura. Lo del apelativo de rubia a la peseta le viene por su aleación de bronce aluminio amarillo. La que le sustituyó, con mucho menos valor, sólo de aluminio, eso sí, blanco, pero escaso. Con el euro, desde enero del 2002, también adiós al botón, perdón, a la peseta, a la pesetilla y a sus múltiplos.

En el 2002 adiós a los cinco duros de «chucherías», a los veinte duros de los «aparcas», a las 500 Ptas. de las cervezas y la tapa. Con el cambio de la peseta por el euro desaparecen del mapa las monedas de 500, 100, 25 y 5 pesetas de bronce aluminio; de cuproníquel: 200, 50, 10 pesetas, la de aluminio blanco de 1 pta, en vigor desde el año 1997. Antes, en circulación hasta el año 1982 su composición era: aleación de cobre y níquel blanco las monedas de 200, 100, 50, 25 y 5; aluminio blanco: 2 Ptas. y de bronce aluminio amarillo la peseta. Conocí el céntimo, pero no llegué a utilizarlo, pero sí la perra gorda y la perra chica, las monedas más corrientes, que más circulaban, entre los dedos en mi niñez. Después desapareció del mercado los dos reales, quedándose la peseta sin fracción y, rebajado su valor por la inflación.

Pregunto aquí y ahora, volviendo a mi infancia, ¿cuántos niños, incluso jóvenes, portaban en sus bolsillos una moneda o un billete de peseta? Una peseta equivalía a diez monedas de perra gorda y a 20 perras chicas. Para hacerse una idea de su valor decir que con una perra chica, así denominada la fracción más pequeña en valor, chica para diferenciarla de la de diez céntimos, en mi niñez podías adquirir un puñado de pipas saladas un pirulí y, en su caso, no recuerdo el número de caramelos que podías comprar. Pregunto de nuevo: ¿Se pueden adquirir ahora estos productos, su cantidad, con la moneda homónima, los cinco céntimos de euro? No entiendo cómo han emitido las monedas fraccionarias de menos de 10 céntimos. Poca vida, pues su circulación es escasa, le quedan al céntimo: a uno, dos e incluso cinco céntimos. No tendrán la larga vida como el céntimo, los 5 y 10 céntimos de peseta ya para los coleccionistas, ya para la nostalgia.

Con la peseta, la perra gorda, la perra chica, los dos reales, vuelta atrás a nuestras vidas, a los artículos, a la compra de ¿tantas cosas! Con la «rubia», vuelta atrás, a lugares, espacios, amigos, con unas perras chicas, con pocas perras gordas, nunca con una peseta en el bolsillo de aquellos años dorados de la niñez. Llena tú mis silencios. Cola tú mis ausencias con las perras chicas, con las perras gordas de tu infancia.

Alonso Ramos Espadero. Jerez